El primer anuncio, también conocido como kerigma, constituye el núcleo vital de la evangelización y el fundamento de la vida cristiana. Este anuncio inicial, sencillo pero profundamente transformador, se sitúa en el corazón del ministerio de la Palabra y tiene un propósito esencial: facilitar el encuentro con Cristo. Si desvinculamos el primer anuncio de la Palabra, pierde su esencia, ya que no se sostiene por sí solo; su eficacia radica en ser vehículo de la gracia y en servir a la acción viva y transformadora de la Trinidad.
Hoy, más que nunca, es prioritario revalorizar el primer anuncio, pues la fe no debe darse por supuesta. Las sociedades secularizadas y fragmentadas exigen un esfuerzo renovado para que la Palabra llegue con claridad y relevancia, logrando un encuentro genuino con Cristo. Este encuentro no se reduce a una experiencia emotiva ni a una formación intelectual, sino que introduce al individuo en una relación viva que da origen a una fe sólida y cierta. Desde este punto de partida, la persona se convierte en discípulo: aquel que camina tras las huellas del Maestro.
El Primer Anuncio y la Acción de la Trinidad
El primer anuncio no es una técnica ni un método que podamos dominar o idolatrar. Su eficacia no depende de fórmulas preestablecidas; más bien, es un servicio humilde y confiado a la acción de la Trinidad. En el centro de este anuncio está el mensaje fundamental: Cristo te ama, está a tu lado para liberarte y transformar tu vida por medio de su gracia. Aquí, la gracia ocupa un lugar preeminente, pues es el Espíritu Santo quien actualiza la presencia de Cristo en nuestra contemporaneidad, permitiendo que cada persona lo encuentre como Salvador en su propio tiempo y circunstancia.
Pensar que somos nosotros quienes “llevamos a Cristo” es una falsa concepción. Cristo ya está presente en la vida del otro; nuestra misión, al proclamar la Palabra, es manifestar esta realidad y acompañar al prójimo en el reconocimiento y aceptación de esa presencia. El Espíritu Santo actúa respetando la libertad humana, ofreciendo la gracia pero dejando intacta la capacidad de elegir.
El Kerigma: Corazón de la Vida Cristiana
El kerigma no es un mensaje secundario ni opcional; es el eje sobre el cual debe girar toda actividad evangelizadora y sacramental. Desde el bautismo hasta el más sencillo encuentro parroquial, todo debe orientarse al primer anuncio y al encuentro con Cristo. No podemos quedarnos en lo ritual, lo moral o lo doctrinal sin conectar estos elementos con la vida concreta de las personas. El anuncio se pone en juego con la vida, porque Cristo no es una idea abstracta o una entelequia; es vida misma, y se comunica a través de la experiencia vital.
Es necesario recordar que todo bautizado está llamado a ser misionero en la vida diaria. No se trata de un papel exclusivo de los sacerdotes o agentes pastorales; cada cristiano, por el hecho de serlo, tiene la misión de proclamar el kerigma con sus palabras y acciones. Este anuncio no puede relegarse a momentos puntuales o eventos excepcionales; debe ser un estilo de vida, una actitud permanente que busque constantemente facilitar el encuentro con Cristo.
Dimensiones del Primer Anuncio
- Presencia y testimonio
Antes de proclamar con palabras, el primer anuncio se vive en la presencia. La Iglesia debe estar presente en medio de la sociedad, y cada cristiano debe ser reflejo de Cristo sin caer en actitudes extrañas o impostadas. Esto implica reconocer y valorar todo lo bueno, justo y verdadero que ya existe en el otro, incluso antes de que acepte explícitamente a Cristo. En este reconocimiento mutuo, el testimonio se convierte en la primera forma de anuncio. - Diálogo y acompañamiento
En el primer anuncio, el diálogo es esencial. Se trata de aprender el lenguaje del anuncio y discernir qué decir en cada circunstancia: en momentos de alegría o de tristeza, en encuentros casuales o en conversaciones profundas. Este diálogo requiere parresía, esa valentía para hablar con franqueza y confianza, dejando espacio para que Dios actúe sorprendiéndonos con su gracia. - El riesgo de lo institucional
La evangelización en la Iglesia primitiva no dependía de grandes estructuras; un esclavo podía anunciar el Evangelio a su amo con la sencillez de su vida y palabras. Hoy, sin embargo, existe el riesgo de que lo organizativo e institucional prime sobre el primer anuncio. Esto no significa que las estructuras sean innecesarias, pero deben estar siempre al servicio del kerigma, y no al revés. - El papel de la comunidad
Aunque el primer anuncio es personal, no es individualista. Se realiza en el marco de una comunidad que sostiene, acompaña y celebra. Las parroquias, grupos y movimientos deben orientarse hacia el kerigma, asegurándose de que todas sus actividades—desde una exposición hasta una catequesis—sean auténticamente misioneras y faciliten el encuentro con Cristo.
Del Primer Anuncio al Discipulado
El primer anuncio no sustituye a la catequesis; más bien, abre el camino para ella. Una vez que alguien ha encontrado a Cristo, necesita un proceso de iniciación cristiana que lo lleve a profundizar en el misterio de la fe y en la vida sacramental. Este itinerario debe incluir una catequesis mistagógica que introduzca al discípulo en el misterio de Cristo, ayudándolo a vivirlo y celebrarlo en su vida cotidiana.
El discipulado no es un estado estático, sino un camino continuo de conversión y aprendizaje. Del encuentro inicial con Cristo nace el deseo de seguirlo, de conformar la vida con sus enseñanzas y de anunciarlo a otros. Así, el primer anuncio se convierte en un ciclo vivo que se renueva en cada generación, alimentando la misión evangelizadora de la Iglesia.
Conclusión: La Centralidad del Primer Anuncio
En una época donde la fe ya no puede darse por supuesta, el primer anuncio es más necesario que nunca. Todo en la vida de la Iglesia—desde las actividades parroquiales hasta los encuentros más informales—debe orientarse hacia el kerigma, entendiendo que el anuncio no es un acto puntual, sino un estilo de vida que conecta con la realidad concreta de las personas.
Facilitar el encuentro con Cristo no es cuestión de fórmulas ni métodos, sino de disponibilidad, humildad y confianza en la acción de la Trinidad. La gracia divina, actuando a través del Espíritu Santo, hace contemporáneo a Cristo y nos capacita para anunciar su amor con parresía, testimonio y diálogo. En este servicio, todos somos llamados a ser misioneros, llevando el Evangelio a cada rincón de la vida cotidiana y recordando que, al final, el primer anuncio no es otra cosa que el comienzo de una vida transformada por el encuentro con Cristo.










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