El deseo en Santo Tomás de Aquino: entre la naturaleza humana y la elevación sobrenatural

La noción de deseo ocupa un lugar central en la antropología filosófica y teológica de Santo Tomás de Aquino. Para él, el deseo no es simplemente un impulso irracional o una emoción transitoria, sino una expresión profunda de la estructura del alma humana, orientada hacia el bien. En su obra, especialmente en la Summa Theologiae y la Suma contra Gentiles, Tomás elabora una visión integral del deseo que armoniza la tradición aristotélica con la revelación cristiana. Este artículo explora cómo Santo Tomás concibe el deseo, su papel en la vida moral, su ordenación al fin último —la bienaventuranza—, y su transformación por la gracia divina.

I. El deseo en la antropología tomista

1. La estructura del alma humana

Santo Tomás distingue en el alma humana tres facultades principales: la facultad vegetativa, la sensitiva y la racional. Dentro del alma sensitiva se encuentran los apetitos sensibles, y en el alma racional, la voluntad. Ambas son fuentes de deseo.

«Appetitus est quaedam inclinatio in bonum.»
(ST, I-II, q.8, a.1)

El apetito, es decir, el deseo, es una inclinación hacia un bien. No es algo accidental o patológico, sino connatural al alma. Hay una jerarquía en los deseos: los apetitos sensibles buscan bienes inmediatos (comida, placer, seguridad), mientras que la voluntad —como apetito racional— tiende hacia bienes superiores, en particular hacia el bien universal.

2. Deseo natural y deseo elicitado

Tomás distingue entre deseo natural (desiderium naturale) y deseo elicitado. El primero está inscrito en la misma naturaleza del ser humano: todos los hombres desean vivir, conocer, amar. El segundo es fruto del conocimiento: deseamos aquello que la razón o los sentidos nos presentan como bueno.

«Omnis homo naturaliter desiderat scire.»
(ST, I, q.12, a.1)

Este deseo de conocer, que está inscrito en la naturaleza humana, es inseparable de la apertura del hombre a la trascendencia.

II. El deseo como movimiento hacia el bien

1. La metafísica del deseo

El deseo, para Tomás, es una tensión ontológica hacia el bien. Siguiendo a Aristóteles, considera que todo ser tiende a su perfección, y esa tendencia es deseo.

“Bonum est quod omnia appetunt.”
(ST, I, q.5, a.1)

Todo ser, en cuanto ser, tiende al bien. Esta inclinación es una ley ontológica universal. En el caso del ser humano, esa tendencia se traduce en el deseo consciente del bien. El deseo no es, por tanto, algo que hay que suprimir, sino que hay que ordenar.

2. Deseo y libertad

El deseo no anula la libertad, sino que la presupone. La voluntad desea el bien, pero en cuanto que se le presenta bajo diversas formas. De ahí que podamos elegir entre bienes aparentes, y que el ejercicio de la libertad consista en orientarse hacia el bien verdadero.

III. El deseo y la moralidad

1. El deseo como principio del acto humano

En la ética tomista, el deseo tiene un papel motor. Todo acto moral parte de un deseo de algún bien. La voluntad se mueve por la atracción de un fin. Así lo expone Tomás:

«Nihil movet voluntatem nisi sub ratione boni.»
(ST, I-II, q.9, a.1)

Nada mueve la voluntad sino bajo razón de bien. Este principio fundamenta toda la ética tomista: actuar moralmente no es actuar contra el deseo, sino educar el deseo para que se oriente correctamente.

2. Virtud y orden del deseo

Las virtudes son hábitos que perfeccionan las facultades humanas para desear rectamente. Las virtudes cardinales —prudencia, justicia, fortaleza y templanza— educan los deseos y los subordinan a la razón.

  • La templanza, por ejemplo, regula el deseo de placeres sensibles.
  • La fortaleza orienta el deseo frente a los miedos.
  • La prudencia guía el deseo según la recta razón.
  • La caridad, virtud teologal, eleva el deseo humano hacia Dios.

IV. El deseo y el fin último

1. La bienaventuranza como satisfacción del deseo

Santo Tomás afirma que el deseo humano tiene un fin último: la felicidad o bienaventuranza (beatitudo). Este es el objeto supremo del deseo de la voluntad. Pero no cualquier felicidad, sino una que sea suficiente, perfecta y eterna.

«Ultimus finis humanae vitae est beatitudo.»
(ST, I-II, q.1, a.8)

La experiencia demuestra que ningún bien finito puede colmar completamente el corazón humano. Por eso Tomás concluye que el fin último sólo puede hallarse en Dios.

«Bonum infinitum est Deus.»
(ST, I-II, q.3, a.1)

2. El deseo de Dios como deseo natural

Aquí Tomás ofrece una tesis crucial: el deseo de ver a Dios es natural en el hombre, aunque su cumplimiento exceda las capacidades de la naturaleza humana.

“Habet homo naturalem appetitum videndi Deum.”
(ST, I, q.12, a.1, ad 1)

El hombre desea naturalmente ver a Dios, pero no puede alcanzarlo por sus propias fuerzas: necesita la gracia. Esta paradoja marca la tensión central de la antropología cristiana: el deseo humano es natural, pero su objeto es sobrenatural.

V. El deseo transformado por la gracia

1. Gracia y elevación del deseo

La gracia no anula el deseo, sino que lo eleva y purifica. Santo Tomás sostiene que la gracia infundida por Dios transforma la voluntad, de modo que el hombre ya no sólo desea bienes terrenos, sino los bienes eternos.

«Gratia non tollit naturam, sed perficit.»
(ST, I, q.1, a.8)

La gracia perfecciona la naturaleza. Esto significa que el deseo natural no es suprimido, sino orientado correctamente. La caridad es la forma de todas las virtudes, porque dirige el deseo hacia el amor de Dios sobre todas las cosas.

2. La oración como expresión del deseo sobrenatural

La oración, para Tomás, es expresión del deseo espiritual. Orar es desear a Dios:

«Oratio est interpretatio desiderii.»
(ST, II-II, q.83, a.1)

La oración expresa y aviva el deseo del alma hacia su Creador. Por eso, la vida espiritual no consiste en anular el deseo, sino en dejar que el deseo se haga verdaderamente cristiano, en comunión con Cristo.

VI. El deseo desordenado: pecado y concupiscencia

1. La concupiscencia como desviación del deseo

Después del pecado original, el deseo humano quedó desordenado. La concupiscencia es precisamente ese deseo que, en vez de dirigirse al bien verdadero, se orienta hacia bienes parciales o aparentes.

«Concupiscentia non est peccatum, sed fomes peccati.»
(ST, I-II, q.82, a.3)

La concupiscencia no es pecado en sí, pero inclina al pecado. Se convierte en pecado cuando la voluntad consiente en el deseo desordenado. Por eso, la vida moral cristiana consiste en combatir los deseos desordenados y recuperar el orden querido por Dios.

2. Ascética y purificación del deseo

La vida ascética tiene como objetivo purificar los deseos. No se trata de reprimirlos sin más, sino de ordenarlos según la razón iluminada por la fe. Aquí la castidad, la humildad, el ayuno y la obediencia son caminos de purificación del deseo.

VII. El deseo en la vida contemplativa

1. El deseo de contemplar la Verdad

Para Tomás, el deseo más alto del hombre es el deseo de conocer la Verdad suprema, que es Dios. La vida contemplativa es, por tanto, la realización más alta del deseo humano.

«Contemplatio est quaedam fruitio veritatis.»
(ST, II-II, q.180, a.1)

La contemplación es fruición de la verdad. Quien contempla, no se queda en un conocimiento abstracto, sino que goza del objeto contemplado, es decir, Dios mismo.

2. El cielo como cumplimiento del deseo

El cielo no es otra cosa que el cumplimiento total del deseo humano. En la visión beatífica, el alma humana contempla a Dios cara a cara y descansa plenamente en Él.

«In visione Dei consistit beatitudo ultima.»
(ST, I, q.12, a.1)

Este es el fin último de todo deseo. En Dios, el deseo ya no se proyecta hacia algo más, sino que reposa en su plenitud.

VIII. La actualidad del pensamiento de Santo Tomás

1. Contra la represión moderna del deseo

En una cultura que oscila entre la represión del deseo (ascetismo estéril) y su exaltación irracional (hedonismo), el pensamiento tomista ofrece una alternativa equilibrada: el deseo es bueno, pero debe ser ordenado.

El deseo no es enemigo de la virtud, sino su punto de partida. La educación moral no suprime el deseo, sino que lo guía hacia su verdadero objeto: el bien pleno.

2. El deseo como camino hacia Dios

En tiempos de secularización, donde el deseo se reduce muchas veces a consumismo o búsqueda de experiencias efímeras, la visión de Santo Tomás invita a redescubrir que el corazón humano está hecho para algo más. Como escribió san Agustín, tan citado por Tomás:

“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”
(Confesiones, I,1,1)

Conclusión

En Santo Tomás de Aquino, el deseo no es una amenaza para la vida espiritual, sino su fundamento. El deseo es el eco de la criatura que busca a su Creador. Es una fuerza que, si bien puede desviarse, está llamada a ser redimida y elevada por la gracia.

Educar el deseo es, para Tomás, formar al ser humano para que ame el bien verdadero, y no los falsos sustitutos del bien. En última instancia, el deseo humano no encuentra descanso sino en Dios, y la vida cristiana es la gran aventura de ese deseo que busca su cumplimiento en la visión beatífica.

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