En la tradición de la Iglesia católica, María no solo ocupa el lugar de Madre de Dios y Madre nuestra, sino que también es reconocida como Abogada nuestra, intercesora ante el Señor, mediadora de gracia y protectora de los fieles. Este título, cargado de significado espiritual y teológico, tiene raíces profundas en la Escritura, en los Padres de la Iglesia y en la devoción popular, ofreciendo al creyente un modelo de confianza y entrega filial a Dios.
1. La base bíblica de María como intercesora
Aunque la palabra “abogada” no aparece textualmente en la Biblia, la idea de intercesión y mediación se encuentra implícita en varios pasajes. En particular, el Evangelio de Juan presenta a María en Caná de Galilea (Jn 2,1-12) como mediadora de la primera manifestación pública del poder de Jesús. Ante el problema de la falta de vino en las bodas, María se dirige a su Hijo con la confianza de quien sabe que Él puede solucionar la situación:
«Hicieron todo lo que Él les dijo.»
Este pasaje revela un principio fundamental: María actúa como puente entre la necesidad humana y la acción divina. Su advocación no es autónoma ni independiente, sino que se realiza siempre en relación con su Hijo, Jesús, verdadero Abogado y Mediador (1 Tim 2,5).
Asimismo, la Biblia muestra a María como participante de la obra redentora de Cristo. Lucas describe la actitud de la Virgen ante la encarnación como aceptación plena del plan de Dios (Lc 1,38). Esta disposición de María convierte su intercesión en poderosa y eficaz, porque está unida al proyecto divino y a la voluntad del Señor.
2. María Abogada en la tradición patrística
Los Padres de la Iglesia, especialmente los orientales y los occidentales de los primeros siglos, han subrayado la función de María como intercesora y protectora del pueblo de Dios. San Epifanio de Salamina (ca. 310-403) escribe que María es “la abogada de todo el género humano” porque su maternidad espiritual se extiende a todos los hijos de Dios. San Juan Damasceno (ca. 676-749) afirma que aquellos que recurren a María no se dirigen a una creatura común, sino a la “Madre de Dios, nuestra abogada ante su Hijo”.
San Bernardo de Claraval (1090-1153) desarrolla la idea de la intercesión mariana con gran profundidad: la Virgen María, dice, “obtiene para nosotros lo que no podemos alcanzar por nuestros méritos, no porque sea omnipotente, sino porque su corazón materno se compadece de nosotros ante el trono divino”. En otras palabras, su poder radica en su cercanía a Cristo, el verdadero juez y abogado de la humanidad.
3. La teología de la intercesión mariana
Desde la perspectiva teológica, la intercesión de María se comprende dentro de la meditación sobre la gracia y la cooperación humana. La Iglesia distingue entre:
- Mediación de Cristo, única y universal, mediante la cual la humanidad es reconciliada con Dios.
- Intercesión de María, secundaria y subordinada a la de Cristo, que no suplanta ni sustituye, sino que acompaña y canaliza la gracia.
El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC, 969) explica que María “intercede siempre en favor de los hombres, ante su Hijo, el único mediador entre Dios y los hombres”. Esta enseñanza subraya la dependencia absoluta de María de Cristo y, al mismo tiempo, su papel activo como protectora de los fieles: abogada que pide y acompaña.
Además, la intercesión de María refleja el modelo cristiano de santidad y servicio. Ser abogada implica preocuparse por la vida espiritual del otro, presentar sus necesidades al Señor y guiar a los fieles hacia la conversión y la oración confiada.
4. María Abogada en la devoción popular y litúrgica
A lo largo de los siglos, la Iglesia ha reconocido el papel de María como abogada a través de títulos litúrgicos y advocaciones populares, como Nuestra Señora de los Dolores, Virgen del Perpetuo Socorro o la Virgen de la Medalla Milagrosa. Cada título refleja un aspecto de su intercesión:
- Nuestra Señora de los Dolores: abogada que consuela en el sufrimiento y acompaña en la tribulación.
- Virgen del Perpetuo Socorro: protectora y mediadora ante la necesidad y el peligro.
- Medalla Milagrosa: defensora de la gracia y guía segura para la conversión.
Los fieles, al invocar a María con estas advocaciones, experimentan la eficacia de su intercesión, no como un acto mágico, sino como un canal de gracia que conduce al encuentro con Cristo.
5. María y la justicia divina
Llamar a María “abogada nuestra” también tiene una dimensión judicial y moral. El término abogado evoca la idea de defensa y presentación de causas ante un juez. María, al interceder por nosotros, presenta nuestros méritos, nuestras necesidades y nuestra fragilidad ante el juicio misericordioso de Dios, sin reemplazar la justicia divina. Su intercesión se basa en:
- Su santidad y plenitud de gracia: como Inmaculada, María no tiene pecado y es completamente coherente con la voluntad de Dios.
- Su maternidad espiritual: como madre de todos los creyentes, su cuidado es afectuoso y paternal.
- Su unión con Cristo: toda su acción de abogada se realiza en plena dependencia y coordinación con el Redentor, quien es la fuente de salvación.
San Luis María Grignion de Montfort, en su obra Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen, enfatiza que la confianza en la intercesión mariana nunca contradice la justicia de Dios, sino que la armoniza con la misericordia y la providencia divina.
6. Implicaciones espirituales para el creyente
Comprender a María como abogada nuestra transforma la vida cristiana en varios niveles:
- Confianza filial: el cristiano aprende a acercarse a Dios con la misma confianza con la que María se acercó a Jesús en Caná.
- Humildad y dependencia de la gracia: reconoce que nuestras capacidades humanas son limitadas y que necesitamos la mediación de Cristo y María.
- Oración constante y efectiva: la intercesión mariana motiva la oración personal y comunitaria, con la seguridad de que nuestra voz es escuchada y presentada ante el trono divino.
- Imitación de la caridad y la defensa de los demás: ser abogado de otros implica preocuparse por su bienestar espiritual y material, reflejando la actitud maternal de María.
7. Conclusión
María como Abogada nuestra es un título profundamente significativo, que revela el amor maternal de la Virgen, su cercanía a Cristo y su papel activo en la historia de la salvación. Su intercesión no reemplaza a Cristo, sino que canaliza su gracia, acompañando al creyente en la fragilidad humana y guiándolo hacia la santidad. Reconocer a María en esta función nos invita a vivir con confianza, esperanza y entrega, confiando en que la Madre de Dios intercede por cada uno de nosotros ante su Hijo, verdadero Abogado y Salvador del mundo.
En la devoción y en la teología, María Abogada nos enseña a recurrir a Dios con corazón filial, a proteger a los demás con espíritu de servicio y a vivir la justicia y la misericordia como reflejo de la plenitud de gracia que encontramos en Cristo, a quien María nos conduce siempre.









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