«¿Cuándo veré al Señor cara a cara? Esta pregunta me arde por dentro. No es curiosidad, es deseo. Deseo puro, profundo, incontenible. Mi alma se despierta con sed de Tu presencia y se acuesta con hambre de Tu rostro. A veces, la belleza de este mundo me consuela, pero otras veces, me recuerda que aún no lo he visto del todo. Que estoy de paso. Que soy un peregrino. Sé que para llegar al encuentro, debo cruzar esa puerta que a muchos asusta: la muerte. Pero si al otro lado estás Tú, Señor, entonces esa puerta no es final, es umbral. Y mientras tanto, en esta espera activa, en esta esperanza que me sostiene, repito con todo mi ser: ‘Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo iré a ver el rostro de Dios?’ (Salmo 42,3)»










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