Vivimos en una época fascinante y, a la vez, desconcertante. La exaltación de la libertad sin rumbo, el placer como único criterio de valor, y la negación de todo límite se han convertido en pilares de una cultura que, paradójicamente, termina atentando contra la vida misma. En nombre de la autonomía se justifican prácticas que niegan la dignidad del más débil, desde el inicio hasta el ocaso de la existencia. Como católico, ¿cómo defender la vida en este contexto?
Una Cultura de la Muerte Disfrazada de Libertad
La paradoja de nuestra época es que, en nombre de la libertad, se atenta contra lo más esencial de nuestra condición humana: el derecho a vivir y a vivir con dignidad. El aborto, la eutanasia, la indiferencia ante los más vulnerables y una ética que mide el valor de las personas por su utilidad o bienestar subjetivo son solo algunos signos de esta cultura de muerte que se presenta como progreso.
Pero esta cultura no ha surgido por casualidad. Es hija de una visión individualista, donde el otro es un límite y no un don. Donde el dolor carece de sentido y el placer inmediato se convierte en único horizonte vital.
La Vida como Don, no como Derecho Arbitrario
Desde la fe católica, entendemos que la vida no es propiedad privada de nadie, sino un don recibido y compartido. No podemos decidir arbitrariamente sobre la existencia del otro porque cada ser humano lleva inscrita en sí mismo una dignidad que no depende de su salud, de su edad, de su conciencia ni de su funcionalidad.
Defender la vida es recordar al mundo que el valor de una persona no se mide por su capacidad de producir placer o evitar dolor, sino por el simple hecho de ser.
Libertad para el Bien, no para la Nada
El drama de nuestra cultura no es que busque la libertad, sino que ha olvidado para qué está hecha la libertad. No es un fin en sí misma, sino un medio precioso para amar, entregarse y construir sentido. Cuando la libertad se convierte en absoluto, se transforma en tiranía del yo sobre todo lo demás.
Hoy más que nunca, necesitamos recuperar la idea de que la auténtica libertad no es hacer lo que quiero, sino elegir el bien, optar por el amor, y defender al débil incluso cuando resulte incómodo o contracultural.
Gestos que Construyen Cultura de Vida
La defensa de la vida no se hace solo desde grandes declaraciones, sino desde lo cotidiano:
- Escuchando al que sufre, sin evasivas.
- Acompañando a las madres embarazadas en dificultad.
- Valorando a los ancianos y enfermos como maestros de humanidad.
- Educando a los niños en el respeto y la solidaridad.
- Apostando por una bioética que sirva al hombre, y no a intereses de mercado o ideologías de turno.
Una Esperanza Activa
Como creyentes, no podemos limitarnos a condenar lo que está mal. Estamos llamados a proponer con alegría una cultura de la vida, a mostrar que otra manera de vivir es posible, y que el respeto por toda vida humana no es una carga moral sino una fuente de auténtica humanidad.
Defender la vida hoy es un acto de valentía, pero también de esperanza. Porque cada vez que una persona se siente acogida, valorada y defendida, la cultura de la muerte retrocede un paso, y la del amor se abre camino.










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