El Martirio Invisible y la Iglesia del Sexo: Crónica de un Absurdo Silencioso

Etnia fulani, ganaderos radicales

I. Introducción: Dos Iglesias, Dos Mundos

Vivimos en una época en la que el cristianismo mundial parece fracturado en dos realidades que difícilmente pueden reconocerse como parte de la misma Iglesia fundada por Cristo. Por un lado, la Iglesia mártir de África, Asia y ciertos países de Hispanoamérica: una Iglesia que sobrevive acosada por la violencia, el hambre, la persecución política y religiosa, y que entrega mártires al cielo cada semana. Por otro lado, la Iglesia acomodada de Occidente, en muchos lugares aburguesada, obsesionada con los temas sexuales, con la aceptación social y con evitar cualquier conflicto cultural.

Ambas realidades coexisten en la misma comunión formal, pero con prioridades, lenguajes y preocupaciones tan distintos que cuesta entender cómo pueden pertenecer a la misma fe. El contraste es tan dramático que constituye una herida abierta en el cuerpo eclesial y una grave responsabilidad para sus pastores.

Este artículo busca exponer este absurdo contemporáneo: la indiferencia de la Iglesia institucional y mediática occidental ante el sufrimiento real de sus hermanos en la fe, y la traición intelectual y espiritual de quienes, en nombre de la misericordia mal entendida, han reducido la predicación cristiana a debates moralistas, sexualizados y autorreferenciales.

II. La Iglesia Mártir: Sangre y Silencio

1. Nigeria, el corazón sangrante de África

Nigeria es, desde hace años, uno de los lugares más peligrosos del mundo para los cristianos. El grupo islamista Boko Haram, junto con bandas criminales y milicias fundamentalistas, han sembrado el terror en aldeas, iglesias y comunidades enteras. Cientos de sacerdotes han sido asesinados o secuestrados. Parroquias incendiadas. Fieles ejecutados en plena misa. Mujeres y niños esclavizados.

Sacerdote asesinado en Nigeria

Y sin embargo, esta Iglesia vive. Crece. Evangeliza. Ordena nuevos sacerdotes. Llena sus iglesias cada domingo. Confiesa a Cristo sin miedo, sabiendo que tal vez esa eucaristía será la última.

2. Nicaragua, Venezuela, China: las otras trincheras

En Nicaragua, el régimen de Daniel Ortega ha encarcelado a obispos, expulsado a congregaciones y clausurado emisoras católicas. En Venezuela, las iglesias resisten en medio de la miseria más absoluta. En China, el acuerdo diplomático con la Santa Sede no ha evitado la demolición de templos, la detención de sacerdotes y la censura de toda actividad evangelizadora no controlada por el Partido.

3. El silencio de Occidente

La Iglesia occidental, salvo honrosas excepciones, permanece callada. Los mártires de hoy no ocupan titulares. No hay campañas masivas de oración ni recogidas de firmas. La sangre derramada en nombre de Cristo no incomoda las conciencias de los cristianos acomodados. Y desde Roma, apenas un comunicado ocasional.

Burgués mirando aburrido desde el balcón

III. La Iglesia Cansada: La Obsesión Sexual y la Cultura Woke de Occidente

1. La agenda moralista disfrazada de pastoral

Mientras en Oriente y África se juega la vida por proclamar el Evangelio, en Occidente los sínodos, congresos y conferencias episcopales dedican su tiempo y recursos a debatir sobre bendiciones a parejas homosexuales, lenguaje inclusivo en la liturgia, la comunión a divorciados vueltos a casar o el acceso de mujeres al diaconado.

No es que estos temas carezcan de importancia pastoral, sino que se han convertido en una obsesión desproporcionada, eclipsando la verdadera misión de la Iglesia: anunciar a Cristo crucificado y resucitado, y llamar a todos a la conversión y a la vida eterna.

2. La pastoral como agencia de bienestar emocional

En demasiadas parroquias europeas y norteamericanas, la predicación ha sido sustituida por discursos motivacionales. La palabra «pecado» ha desaparecido de los púlpitos. Ya no se predica sobre el infierno ni sobre el juicio. Dios es presentado como un terapeuta afectivo, un facilitador de bienestar, y no como el Señor de la Historia que exige santidad.

3. La Iglesia woke y líquida

A ello se suma la creciente influencia de la cultura woke en ciertos discursos oficiales de la Iglesia occidental. Una cultura que reduce la fe a un barniz sentimental, obsesionado por las microofensas, las ideologías de género y las reivindicaciones identitarias. Así, mientras en Oriente se predica a Cristo en medio de la persecución, en Occidente se predican las últimas consignas ideológicas de la agenda secular. La famosa y triste agenda 2030.

La Iglesia se ha licuado en Occidente: muchos mensajes son vagos, ambiguos, políticamente correctos. Ha abandonado las certezas del Evangelio para adherirse a las modas culturales y mundanas del momento. Ya no se habla de conversión, sino de integración. Ya no se proclama la verdad, sino la narrativa dominante.

IV. Lo Que Se Predica: La Iglesia Autorreferencial

1. Sermones que evitan el conflicto

El cristianismo occidental ha optado en muchos sitios y por muchos creyentes por evitar cualquier confrontación con la cultura dominante. Se ha preferido una pastoral de la aceptación, donde el principal valor es no incomodar. Los temas morales se abordan con eufemismos, se relativizan o se omiten. Se habla de acogida, pero no de conversión.

2. La predicación moralista y sexualizada

Paradójicamente, el único asunto que ocupa espacio en los debates eclesiásticos es el sexo. Cómo regularlo, con quién se permite, bajo qué circunstancias, qué expresión de afecto puede considerarse bendecible. El resto de las cuestiones —la santidad, la misión, el martirio, el infierno, la gloria— han sido relegadas.

3. El olvido de los pobres reales

Mientras se organizan sínodos para debatir sobre moral sexual y lenguaje inclusivo, millones de cristianos viven en pobreza extrema. Pero esos pobres no importan, porque no pertenecen al electorado que llena las parroquias europeas ni su drama cabe en las agendas progresistas.

4. La liturgia convertida en espectáculo

La banalización de la liturgia ha alcanzado niveles de espectáculo kitsch en no pocos contextos occidentales. El sentido de lo sagrado se ha perdido, sustituido por celebraciones desangeladas, homilías sin contenido y misas convertidas en talleres de autoestima colectiva.

V. Lo Que Se Debería Predicar

1. El Evangelio íntegro

La Iglesia está llamada a predicar a Cristo entero: su amor infinito, pero también su exigencia radical. El Evangelio no es un manual de autoayuda. Es la proclamación de la salvación por la Cruz y la Resurrección, la urgencia de la conversión, la certeza del juicio y la promesa de la vida eterna.

2. El martirio como camino de santidad

Occidente debe recordar que la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos. Debe anunciarse que la fe verdadera exige entrega, renuncia, sacrificio. Que quien quiera salvar su vida, la perderá. Que hay que cargar la cruz y seguir a Cristo.

3. La caridad concreta y heroica

La caridad no es un sentimentalismo. Es acción concreta. Es abrir las puertas a los perseguidos, enviar ayuda a las Iglesias oprimidas, denunciar públicamente a los regímenes que asesinan cristianos. Es dejar de gastar recursos en debates estériles y emplearlos en salvar vidas y almas.

4. La defensa de la verdad sin complejos

La Iglesia debe proclamar la verdad del Evangelio sin miedo al rechazo. No se trata de ser intransigentes, sino de ser fieles. Debe predicarse el pecado, el infierno y el cielo. Debe afirmarse que el único camino de salvación es Cristo.

VI. El Absurdo que Nadie Quiere Ver

Hoy asistimos al espectáculo de una Iglesia partida: una parte entrega mártires, otra organiza sínodos para debatir eufemismos. Unos mueren confesando a Cristo, otros callan por miedo a parecer retrógrados.

La historia juzgará esta generación eclesial. Pero antes, Dios la juzgará.

Quizá aún estemos a tiempo de despertar, de mirar hacia Nigeria, Siria, Nicaragua, y de recordar que el cristianismo no es un taller emocional, ni una agencia woke de sensibilidades pasajeras, sino el seguimiento de un Crucificado.

Y que quien pretenda separar la cruz de la gloria, la verdad de la caridad, la sangre del martirio del incienso de las catedrales, terminará construyendo una religión estéril, incapaz de salvar a nadie.

Porque la Iglesia de Cristo no es cómoda. Es santa. Y sangrante.

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