Hago lo que me da la gana sin hacer daño a nadie

El argumento de que “la libertad es hacer lo que te dé la gana mientras no molestes a otros” es una concepción muy extendida en las sociedades modernas, especialmente en las culturas occidentales marcadas por el liberalismo individualista.

Sin embargo, esta visión adolece de serios fallos antropológicos y espirituales, que desvirtúan el verdadero sentido de la libertad humana.

FALLOS ANTROPOLÓGICOS

  1. Reducción de la persona al individuo autónomo
    • Esta concepción entiende al ser humano como una entidad aislada, autosuficiente, cuya libertad se ejerce en función de sus deseos personales. Pero el ser humano es un ser relacional, abierto al otro, a la comunidad, al bien común.
    • La libertad no se entiende correctamente si se desconecta del vínculo con los demás y de la responsabilidad hacia ellos.
  2. Confusión entre deseo y libertad
    • Identificar libertad con “hacer lo que uno quiere” es asumir que todo deseo es legítimo, sin discernimiento.
    • El deseo puede estar desordenado, condicionado por pasiones, traumas, manipulación mediática o estructuras sociales injustas. No todo lo que se desea libera; muchas veces esclaviza.
  3. Desconexión de la verdad
    • Esta noción subjetivista de libertad no se apoya en una verdad objetiva sobre el bien del ser humano.
    • Pero la libertad auténtica necesita de la verdad para orientarse: sin ella, se convierte en arbitrariedad o capricho.
  4. Incapacidad para fundamentar el bien común
    • Si cada uno hace “lo que quiere mientras no moleste”, se pierde la base para construir un sentido común del bien.
    • Se desactiva el compromiso con una sociedad más justa, porque se absolutiza la autorreferencia.

FALLOS ESPIRITUALES

  1. El hombre no es su propio dios
    • Desde la fe cristiana, el ser humano no se pertenece a sí mismo. Ha sido creado por Dios y está llamado a descubrir su libertad en relación con su Creador.
    • La libertad no consiste en “hacer lo que me da la gana”, sino en elegir el bien verdadero, conforme al plan de Dios para cada uno.
  2. Ignora la herida del pecado
    • Esta visión ingenua supone que el ser humano siempre elige bien si se le deja en paz. Pero el pecado ha desordenado nuestras pasiones y deseos. Necesitamos conversión, formación de la conciencia, ayuda de la gracia.
    • La libertad requiere educación, virtud y redención.
  3. Desconoce el sentido del amor como don de sí
    • Cristo nos revela que el camino de la libertad pasa por el amor sacrificado, no por el egoísmo cómodo.
    • Ser libre es poder darse, entregarse. En palabras de san Juan Pablo II: “La libertad se mide por la capacidad de donarse al otro.”
  4. Rechazo del mandato evangélico
    • Jesús no nos dice: “Haz lo que quieras si no molestas”. Dice: “Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.”
    • La libertad cristiana no es ausencia de normas, sino vivencia del amor como ley suprema, en comunión con Dios y con los demás.

Conclusión

Esta concepción liberal de la libertad es insuficiente, porque:

  • Reducida antropológicamente, desconoce la complejidad de la persona y su vocación comunitaria;
  • Vacía espiritualmente, al no tener en cuenta la dimensión trascendente del ser humano ni su vocación al amor y a la verdad.

La verdadera libertad es la que permite al ser humano cumplir su vocación al bien, a la verdad y al amor. No es hacer lo que me da la gana, sino ser capaz de hacer el bien aunque cueste.

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