La libertad de expresión debe ser coherente

1. La libertad implica pluralidad, no pensamiento único

Decir que alguien tiene derecho a defender el matrimonio homosexual no es más libre que decir que el matrimonio homosexual no existe o no es válido según una visión concreta (filosófica, religiosa, antropológica). Ambas posturas, si se expresan con respeto y sin incitación al odio, forman parte del ejercicio legítimo de la libertad de conciencia y expresión.

Una sociedad democrática no puede exigir adhesión ideológica única ni etiquetar automáticamente como «intolerante» a quien no comparte determinadas ideas, especialmente cuando hablamos de cuestiones que afectan a convicciones morales profundas.

2. Disentir no es discriminar

Expresar desacuerdo con ideas como el aborto o el matrimonio homosexual no implica necesariamente odio, homofobia ni misoginia. De hecho, en muchas ocasiones se trata de opiniones sustentadas en convicciones religiosas, éticas o filosóficas legítimas.

Por ejemplo:

  • Una persona puede estar en contra del aborto porque cree firmemente que la vida humana debe protegerse desde la concepción, y eso no significa que odie a las mujeres, incluso si quiera restringir la ley del aborto está en su derecho constitucional.
  • Alguien puede decir que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer porque parte de una visión antropológica o teológica tradicional, sin que eso implique odio hacia personas homosexuales.

3. El verdadero cinismo: llamar antidemocrático al que piensa distinto

Calificar como «antidemocrático», «fascista», «retrógrado» o incluso «peligroso» a quien simplemente expresa un punto de vista diferente sobre cuestiones debatidas en la sociedad es una forma de censura sutil. Es una estrategia que:

  • Deslegitima al disidente sin entrar en el fondo del argumento.
  • Promueve una nueva forma de autoritarismo ideológico, donde ciertas ideas se convierten en sagradas y no se pueden cuestionar.
  • Confunde tolerancia con aceptación obligatoria, y disenso con odio.

Esto no es tolerancia, sino una forma de intolerancia disfrazada de virtud, y en los peores casos, una actitud que roza el totalitarismo cultural.

4. La democracia se basa en el respeto al debate

Una sociedad verdaderamente democrática:

  • Permite el debate sobre todo, incluso sobre las cuestiones más sensibles.
  • Protege a las personas, pero no impone unanimidad de pensamiento.
  • Reconoce que la libertad no consiste en imponer ideas, sino en permitir que convivan muchas.

5. Libertad es respetar todas las conciencias

En definitiva, la libertad de expresión y de conciencia no puede ser de doble rasero. Si defendemos los derechos de un colectivo, también debemos defender el derecho de los demás a pensar y expresarse de otro modo, siempre que lo hagan sin violencia ni odio.

La verdadera madurez democrática consiste en escuchar con respeto incluso lo que nos incomoda, y no en cancelar o etiquetar como enemigo al que piensa distinto.

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