El deseo según los Santos Padres de la Iglesia: anhelo de Dios y camino de salvación

Pocas nociones son tan universales y tan profundamente humanas como el deseo. Desde la antigüedad clásica hasta la reflexión cristiana, el deseo ha sido contemplado como una fuerza interior que mueve al ser humano hacia aquello que percibe como bien. Para los Santos Padres de la Iglesia, el deseo no es una simple pasión, sino una dimensión constitutiva del alma, profundamente vinculada con el misterio de Dios.

Este artículo explora cómo los Padres de la Iglesia —en diálogo con la filosofía antigua y desde la luz de la revelación cristiana— desarrollaron una profunda antropología del deseo. Lejos de reducirlo a lo sensual o carnal, lo interpretaron como un dinamismo que, en su raíz más profunda, es siempre deseo de Dios. El deseo, purificado por la gracia, se convierte así en camino hacia la santidad.

I. Herencia filosófica del pensamiento patrístico sobre el deseo

1. La influencia de Platón y los estoicos

Los Padres heredaron el lenguaje filosófico griego, especialmente el platonismo. Platón ya había hablado del eros como anhelo del alma por la belleza eterna (Banquete, Fedro). Esta noción sería reelaborada por los Padres cristianos para hablar del deseo como anhelo de Dios.

Los estoicos, por otro lado, sospechaban del deseo (epithymía), viéndolo como causa de perturbación del alma. Su ideal era la apatheia, una especie de imperturbabilidad. Algunos Padres, como Evagrio Póntico, asumirían esta categoría, pero transformándola teológicamente.

2. El deseo como tendencia al Bien

Desde Aristóteles, el deseo se entiende como tendencia natural hacia el bien. Esta visión será adoptada, con matices, por muchos Padres que ven en el deseo una huella de la criatura hacia su Creador.

II. San Agustín: el deseo como inquietud del corazón

1. La experiencia del deseo

San Agustín (354–430) es sin duda el gran teólogo del deseo en la tradición patrística. Su autobiografía, las Confesiones, es un relato apasionado del deseo humano en búsqueda de plenitud.

“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.”
(Confesiones, I,1,1)

Esta frase resume su pensamiento: el deseo humano, incluso cuando se extravía, no es otra cosa que deseo de Dios mal orientado.

2. El deseo como dinamismo espiritual

Para Agustín, el deseo no es eliminado por la fe, sino purificado y redirigido. El pecado desordena los deseos, pero la gracia los sana y los ordena.

“Toda la vida del cristiano es un deseo santo.”
(In Io. Ev. tract., IV,6)

El deseo espiritual crece con la esperanza. La oración misma es expresión del deseo:

“El mismo deseo es tu oración.”
(Enarr. in Ps., 37,14)

3. El deseo y la eternidad

Agustín distingue entre los deseos temporales, que generan saciedad y vacío, y el deseo de Dios, que nunca cansa, porque es infinito. En la eternidad, este deseo será colmado sin agotarse.

“Te amará más quien más suspire por Ti.”
(Confesiones, XIII,9)


III. Orígenes: el deseo como ascenso del alma

1. Amor erótico y amor divino

Orígenes (ca. 185–254) fue uno de los primeros en leer el Cantar de los Cantares como una alegoría del deseo del alma por Cristo Esposo. Para él, el deseo erótico, bien entendido, puede ser símbolo del deseo divino.

“La Escritura emplea el lenguaje del amor para hablar de la unión del alma con Dios.”
(Hom. in Cant., prol.)

Este amor es pasión, fuego, anhelo ardiente. El alma, tocada por la gracia, comienza un proceso de purificación del deseo, que culmina en la visión de Dios.

2. Eros como dinamismo de deificación

Orígenes no teme hablar del deseo como fuerza divina implantada en el alma, que la mueve a buscar su origen. La ascesis cristiana no reprime el deseo, sino que lo sublima y lo eleva hasta Dios.


IV. San Gregorio de Nisa: deseo infinito de lo Infinito

1. El deseo como apertura inagotable

San Gregorio de Nisa (ca. 335–395) desarrolla una de las concepciones más profundas y místicas del deseo. En su obra La vida de Moisés, presenta el deseo como algo eternamente insaciable, precisamente porque Dios es infinito.

“El verdadero gozo del alma es no saciarse nunca de desear a Dios.”
(Vita Moysis, II,231)

2. Epectasis: el ascenso sin fin

Gregorio introduce el concepto de epektasis, tomado de san Pablo (Flp 3,13), como ascenso continuo hacia Dios. Cuanto más se conoce a Dios, más se le desea. El deseo nunca cesa, incluso en la eternidad.

“El deseo hacia lo mejor no tiene fin.”
(De hominis opificio, 21,1)

Dios no se posee como un objeto; se participa de Él por una dinámica siempre nueva. Esta visión transforma el deseo en motor eterno de comunión con el Infinito.

V. Evagrio Póntico: discernir y sanar el deseo

1. El combate espiritual

Evagrio (346–399), monje y teólogo, ofrece una visión más ascética del deseo. En su sistema de los ocho pensamientos (logismoi), analiza cómo los deseos pueden ser fuente de tentación.

“No digas que Dios es justo: Él supera la justicia, dando al que no lo merece.”
(Sobre la oración, 32)

Su propósito es discernir los deseos, detectar los desordenados y fomentar los santos. Para ello propone el método de la vigilancia del corazón (nepsis) y la oración pura.

2. Deseo y contemplación

Evagrio no elimina el deseo, sino que enseña a transformarlo en deseo de Dios. El deseo carnal cede su lugar al deseo de la sabiduría divina (gnosis) y a la oración contemplativa.

“Bendito el monje que desea a Dios como el borracho desea el vino.”
(Cap. pract., 5)

VI. San Ambrosio y la pedagogía del deseo

1. El deseo como educación hacia Dios

San Ambrosio de Milán (ca. 340–397) interpreta la pedagogía divina como un proceso de educación del deseo. Dios actúa en la historia para atraer los deseos humanos hacia Él.

“Cristo tiene sed de que tú tengas sed de Él.”
(Expos. in Luc., 5,23)

El deseo, según Ambrosio, es una respuesta a la iniciativa de Dios que despierta en nosotros el anhelo de lo eterno.

2. El deseo en el Cantar de los Cantares

Como Orígenes, Ambrosio ve en el Cantar una escuela del deseo espiritual. La Esposa representa el alma que busca al Esposo con ansia y pasión.

VII. San Máximo el Confesor: deseo, libertad y deificación

1. El deseo como facultad natural

San Máximo (580–662) distingue entre deseo natural (thelēsis) y deseo gnómico (gnōmikē thelēsis). El primero es el deseo que tiende al bien según la naturaleza; el segundo, fruto del juicio libre, puede desviarse.

“El deseo natural siempre tiende hacia Dios.”
(Ambigua, 7)

Esta distinción le permite afirmar que incluso Cristo, en su humanidad, tenía deseo natural hacia el Padre, pero no tenía deseo desviado (gnōmē), ya que no había pecado en Él.

2. El deseo como camino de deificación

En la teología de san Máximo, el deseo participa del movimiento del cosmos hacia Dios. Toda la creación está llamada a unirse a Dios por medio del deseo:

“La deificación es el cumplimiento del deseo natural.”
(Ambigua, 10)

La ascesis consiste en liberar el deseo de todo apego desordenado y orientarlo hacia su fin último: la unión con Dios.

VIII. Teología del deseo en la patrística occidental

1. El deseo en los himnos de san Efrén

San Efrén el Sirio (siglo IV) compone himnos donde el deseo se convierte en lenguaje poético del alma que ama a su Señor:

“Tú eres el Deseado de mi alma, Señor mío.”

Su mística es profundamente afectiva y simboliza el deseo como fuego interior que consume al creyente en amor por Cristo.

2. San León Magno y el deseo de la redención

San León Magno (†461) enfatiza que el deseo cristiano nace de la contemplación del misterio de la Encarnación. En sus sermones, invita a los fieles a desear intensamente el cielo, alimentando la esperanza en la Resurrección.

IX. El deseo en la vida sacramental y eclesial

1. Bautismo y deseo de comunión

Varios Padres destacan cómo el deseo de conversión precede a los sacramentos. El deseo sincero ya es movimiento de gracia. San Agustín llega a hablar de un bautismo de deseo para quienes mueren antes de recibir el sacramento.

2. Eucaristía y hambre de Dios

El deseo eucarístico es uno de los temas más entrañables. San Cirilo de Jerusalén exhorta a los catecúmenos a desear el Cuerpo de Cristo como alimento para el alma.

Redención del deseo y vocación a la comunión

Los Santos Padres de la Iglesia vieron el deseo como un hilo rojo que atraviesa toda la existencia humana. Lejos de negarlo, lo asumieron, lo purificaron, y lo convirtieron en categoría central para hablar de la salvación. El deseo es el eco de la criatura que, aun extraviada, clama por su Creador. Es la huella de Dios en el alma, la chispa que puede encenderse en llama de caridad.

Cuando el deseo se ordena al amor divino, se transforma en camino de santidad. La ascesis no anula el deseo: lo libera. La oración no sustituye el deseo: lo expresa. La gracia no aplasta el deseo: lo eleva hasta su cumplimiento eterno.

Como dijo san Agustín:

“Dame alguien que ame, y comprenderá lo que digo. Dame alguien que desee, alguien que tenga hambre, alguien en camino hacia su patria celestial, alguien que sienta sed de la fuente eterna.”
(In Io. Ev. tract., 26,4)


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