1. Introducción: El espejismo de la libertad sin verdad
En la sociedad contemporánea se habla mucho de “libertad”. Sin embargo, pocas veces se define con claridad qué significa ser libre. En el lenguaje mediático y político, libertad suele confundirse con la capacidad de hacer lo que uno quiera, cuando quiera, como quiera. Pero esta visión es reduccionista, porque la verdadera libertad no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar el bien, la verdad y la plenitud del ser humano.
La afirmación cristiana es clara: libertad por libertad es un absurdo, porque sin una referencia al Bien Supremo —Dios—, la libertad se convierte en un arma contra uno mismo. Como dijo Jesús: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,32). Sin verdad, la libertad degenera en esclavitud de las pasiones, de los deseos desordenados y de las ideologías.
2. Libertad y libre albedrío: distinción necesaria
2.1. Libre albedrío: la capacidad de elegir
El libre albedrío es una facultad natural de la persona humana: la capacidad de elegir entre diversas opciones. Es un don inscrito en nuestra naturaleza racional, que nos distingue de los animales. Santo Tomás de Aquino lo describe como la capacidad de actuar “según un juicio racional” (Suma Teológica, I, q.83). El libre albedrío es una condición necesaria para la moralidad: no hay virtud ni pecado sin la posibilidad de elegir.
2.2. Libertad: la orientación hacia el bien
La libertad, en cambio, no es simplemente la capacidad de elegir, sino la capacidad de elegir el bien. Para el pensamiento cristiano, uno es libre en la medida en que se inclina voluntariamente hacia la verdad y el bien. Por eso, san Agustín dice que “la libertad es la capacidad de no pecar” (De libero arbitrio, II, 1), y san Juan Pablo II añade en Veritatis Splendor (n. 17) que la libertad está ordenada a la comunión con Dios.
3. Libertinaje: la corrupción de la libertad
El libertinaje es la falsa libertad, aquella que se emancipa de toda norma objetiva y se rige únicamente por el deseo subjetivo. Es el credo del “yo decido lo que está bien y lo que está mal”, eco del pecado original: “Seréis como dioses” (Gn 3,5).
En la práctica, el libertinaje no conduce a la autonomía, sino a la esclavitud: esclavitud del pecado, de la carne, del dinero, del poder o de la opinión ajena. San Pedro advierte: “Viven como libres, pero no como los que hacen de la libertad un pretexto para la maldad” (1 Pe 2,16).
4. Libertad y verdad: la clave cristiana
El cristianismo enseña que la libertad sin verdad es un naufragio moral. El Papa Benedicto XVI advertía que, cuando la libertad se desvincula de la verdad, se convierte en “dictadura del relativismo”.
En la Biblia, la libertad siempre está vinculada a la verdad de Dios:
- El Éxodo no es solo liberación de la esclavitud física, sino también liberación para adorar a Dios (Ex 8,1).
- Jesús libera no para que vivamos sin ley, sino para que vivamos en la ley del amor (Jn 8,36; Gal 5,13).
5. ¿Para qué ser libre? El fin último de la libertad
Ser libre no es un fin en sí mismo. Desde la perspectiva cristiana, la libertad tiene tres grandes finalidades:
- Amar a Dios — Solo el amor libre es verdadero amor; Dios nos creó libres para que elijamos amarlo.
- Servir al prójimo — San Pablo: “Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad; solo que no uséis la libertad como pretexto para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gal 5,13).
- Alcanzar la santidad — La libertad es el medio para configurar nuestra vida con Cristo y llegar a la eternidad.
6. El liberalismo: ideología peligrosa para el cristiano
El liberalismo moderno, nacido en la Ilustración, sostiene que la libertad es absoluta e independiente de toda verdad objetiva. Este principio, aplicado a la moral, equivale al relativismo moral. León XIII, en Libertas praestantissimum (1888), denunció el liberalismo como una “perniciosa doctrina” que, bajo el pretexto de exaltar la libertad, la destruye al separarla de Dios y de la ley natural.
Consecuencias para el cristiano:
- Desarraigo moral: nada es intrínsecamente bueno o malo, todo depende de la voluntad humana.
- Rechazo de la autoridad divina: la conciencia individual se convierte en juez supremo.
- Secularización total: Dios queda relegado a lo privado, sin impacto en lo público.
7. Libertad interior y libertad de los hijos de Dios
La libertad interior es la capacidad de permanecer en paz y en fidelidad a Dios incluso en medio de circunstancias externas adversas. San Pablo, preso, podía decir: “La palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim 2,9). Esta libertad interior es fruto de la gracia, la virtud y la disciplina espiritual.
La libertad de los hijos de Dios (Rom 8,21) es la libertad definitiva que Cristo nos da: liberación del pecado y de la muerte, y participación en la vida divina. Es una libertad que no depende de leyes humanas ni de derechos civiles, sino de la unión con Cristo.
8. Libertad como camino hacia Dios
La verdadera libertad no es poder hacer cualquier cosa, sino poder hacer el bien sin obstáculos. Quien vive según la carne cree ser libre, pero en realidad está esclavizado. Quien vive según el Espíritu, incluso en prisión o persecución, es verdaderamente libre.
El cristiano debe resistir tanto el libertinaje como el liberalismo, porque ambos son caricaturas de la libertad. La libertad, bien entendida, es un don para amar y servir a Dios y al prójimo. Y solo cuando está anclada en la verdad, la libertad se convierte en un camino de plenitud y salvación.
Cita clave para meditar:
“Señor, nos has hecho para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti” — San Agustín, Confesiones, I, 1.









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