Conocí a san Alonso Rodríguez de manera inesperada, casi como se le conoce a los verdaderos amigos de Dios: por una pequeña puerta. No fue a través de grandes tratados ni biografías extensas, sino por una anécdota breve: aquel hermano jesuita que, al sonar la campanilla de la portería en el colegio de Montesión, respondía en voz baja: “¡Ya voy, Señor!”.
Esa frase sencilla atravesó mi corazón. De repente comprendí que el misterio de la santidad no siempre se juega en gestas visibles, sino en la fidelidad humilde a cada llamada de Dios en lo cotidiano.
Al leer sobre su vida descubrí a un hombre marcado por la pérdida, por la pobreza y por el aparente fracaso humano, que en lugar de endurecerse se abrió a la gracia y eligió servir como portero durante más de cuarenta años. Lo que para el mundo era un oficio irrelevante, en sus manos se convirtió en escuela de mística, en un camino de unidad con Dios.
Desde entonces, san Alonso ha cambiado mi manera de mirar la vida. Cuando el deber me interrumpe, cuando alguien reclama mi tiempo, cuando lo inesperado golpea como campanilla insistente, ya no lo veo como molestia, sino como oportunidad para decir: “Ya voy, Señor”. Su ejemplo me ha enseñado que cada interrupción puede ser visitación, cada rostro que aparece es un envío de Dios, cada tarea es materia de ofrenda.
El fruto en mí ha sido una nueva paciencia, un humor sereno que intento cultivar, y sobre todo, la certeza de que la santidad no consiste en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer extraordinariamente bien lo ordinario, por amor.
San Alonso me ha abierto una puerta invisible: la puerta de la presencia de Dios en lo pequeño, la puerta del abandono confiado, la puerta de una oración encarnada en cada acto de servicio.
Hoy puedo decir que este santo, portero de un colegio en Mallorca, se ha convertido en portero también de mi alma: cada vez que abro la puerta a alguien, cada vez que acepto la llamada imprevista del Señor, siento que él me acompaña, recordándome que la verdadera mística es la sencillez del amor puesto en todo.

San Alonso Rodríguez, portero de Dios: la mística de una puerta abierta
1) Un destino escondido a plena vista
Alonso Rodríguez (1532–1617) no fue teólogo de cátedra ni predicador de plazas; fue un hermano coadjutor jesuita, viudo y comerciante arruinado que, tras profundas pruebas, pidió entrar en la Compañía de Jesús y acabó recibiendo un encargo humilde y fijo: portero del colegio de Montesión en Palma de Mallorca. Allí pasó décadas abriendo y cerrando, anunciando, escuchando timbres y golpes, llevando encargos y atendiendo a todos. Precisamente en esa tarea horaria, repetitiva y sin brillo, maduró una experiencia mística cuyo centro fue Cristo presente en cada llamada.
La biografía espiritual de Alonso desmiente una falsa oposición entre “mundo interior” y “oficios menudos”. Su puerta fue su desierto; el aldabón, su campanilla monástica; el pasillo, su clausura. Por eso su figura, tan doméstica y tan honda, dialoga con las grandes corrientes de la mística cristiana: la “pequeña vía” de lo cotidiano, la oración continua de los Padres del desierto, el “hacerlo todo por amor” ignaciano, y el abandono confiado de los amigos de Dios.
2) “Dejar hacer a Dios”: obediencia contemplativa
La expresión “dejar hacer a Dios” condensa una actitud: no suprimir la libertad, sino ejercitarla en clave de disponibilidad. En Alonso se ve así:
- Obediencia del instante: su regla era el toque de la puerta. El sonido no interrumpía su oración; la traducía en acto. Mientras otros místicos describen arrobamientos prolongados, Alonso asumió que la voluntad de Dios le tocaba el timbre. La obediencia no era sólo disciplina, sino reconocimiento amoroso: quien llega es enviado de Dios.
- Abandono sin pasividad: “Dejar hacer” no es cruzarse de brazos. Es consentir activamente a la iniciativa divina. Alonso convertía cada oficio en materia de caridad concreta: abrir, sonreír, orientar, consolar, pedir perdón, agradecer. Lo que Dios “hacía” en él requería su sí minucioso, no espectacular.
- Humildad como transparencia: la humildad abre espacio a Dios. Alonso no buscó singularidades; por eso Dios pudo “pasar” por él sin tropiezos. Su mística no añadió adornos al Evangelio: lo desnudó en lo imprescindible.
3) La oración del portero: del aldabón al corazón
La espiritualidad de san Alonso puede describirse como oración encarnada en oficio. Tres rasgos:
- Jaculatorias y presencia: su piedad se alimentaba de frases cortas, bíblicas o afectuosas, repetidas suavemente: “Jesús, mío”, “Todo por Vos”, “Señor, dadme vuestra gracia”. No buscaba estados; buscaba permanecer. El timbre lo encontraba ya en oración.
- Examen y ofrecimiento: con sello ignaciano, el día se estructuraba por exámenes breves: agradecer, pedir luz, reconocer fallos, suplicar ayuda. Su ofrecimiento era práctico: “Esta puerta la abro por Vos; a este pobre lo honro por Vos; a este impertinente lo sufro por Vos”. Así su caridad no era genérica, sino sacramental de lo pequeño.
- Eucaristía y comunión de los santos: su fuerza brotaba de la misa diaria y de la devoción a la Virgen. La comunión se extendía en comuniones espirituales durante la jornada; la Virgen era “la Señora de la casa”. Esto explica que su mansedumbre no fuese temperamento, sino gracia alimentada.
4) “¡Ya voy, Señor!”: la anécdota que revela una teología
La escena es conocida: al sonar la campanilla de la portería, Alonso solía responder en voz baja: “¡Ya voy, Señor!”. No era un recurso piadoso para darse ánimo; era su lectura teológica de los hechos. La llamada concreta —a veces inoportuna, a veces rutinaria— era para él visitación.
Hay aquí una teología práctica de la providencia:
- Cristología del prójimo: no idealizaba al visitante; reconocía en él la oportunidad de amar a Cristo. “No me visitan interrupciones: me visita el Señor escondido”.
- Sacramentalidad del tiempo: el ahora no es un obstáculo a la unión con Dios, sino su forma ordinaria. La campanilla consagra el instante.
- Caridad inteligente: ir pronto no es sólo cortesía; es caridad que entiende que el amor llega con urgencia. De ahí su prontitud serena.
Esta anécdota funciona como micro-regla de vida: cada llamada, cada correo, cada tarea que llega “fuera de agenda” puede ser respondida —con discernimiento— como una visita del Señor.
5) Experiencias místicas y discreción espiritual
Las fuentes sobre Alonso recogen favores interiores (consuelos, luces, algún arrobamiento), pero él los vivió con gran discreción. Destacan dos líneas:
- Luces sobre la Pasión: meditaba con frecuencia los misterios de Cristo, especialmente la Pasión. No buscaba novedades, sino configuración afectiva: sufrir con Cristo para servir con más paciencia. Su mansedumbre ante humillaciones domésticas se entiende aquí.
- Consolaciones marianas: tenía trato filial con la Virgen. La iconografía mallorquina suele representarle recibiendo algún favor de Nuestra Señora; lo esencial, sin embargo, fue su marianidad cotidiana: pedirle “los modales” del servicio —pureza de intención, delicadeza, alegría.
Alonso desconfiaba de lo extraordinario y se ceñía al consejo clásico: fruto en virtudes. Cuando tocaban a la puerta en medio de la oración, interrumpía sin escrúpulo; si Dios habla en lo exterior con el grito del pobre o del importuno, ahí está el discernimiento caritativo.
6) Sencillez mística: la sabiduría de lo mínimo
La “sencillez” de Alonso no fue antiintelectualismo, sino unidad de vida. Tres notas:
- Saber hacer una sola cosa: abrir la puerta como si fuera la primera y la última vez, con toda el alma. Esta concentración amorosa es contemplativa: elimina la dispersión.
- Humor y mansedumbre: la portería exige paciencia y cierta ligereza del alma. Su buen humor era penitencia escondida: desactivar el mal humor ajeno, no pagar con la misma moneda, relativizar la impaciencia.
- Pobreza concreta: contentarse con poco, agradecer mucho, pedir perdón pronto. La pobreza de espíritu abría paso a la libertad interior que se percibe en sus decisiones y consejos.
7) Una palabra profética que empuja misiones: Pedro Claver
La tradición recoge que Alonso alentó a un joven jesuita, Pedro Claver, a darse sin reservas a los esclavos de las Indias. No fue una estrategia, fue una palabra nacida de la oración; una chispa humilde que encendió una hoguera apostólica en Cartagena de Indias. En Alonso aparece así la fecundidad escondida: Dios escribe misiones lejanas con la tiza pequeña de una portería.
8) Discernimiento cotidiano: cómo respondía a los conflictos
No faltaron malentendidos, exigencias excesivas, juicios apresurados. ¿Cómo discernía Alonso?
- Primero, caridad: responder con amabilidad aunque el tono recibido fuera áspero. La caridad abre espacio a la verdad.
- Luego, verdad: no era complaciente; sabía orientar, poner orden, pedir que se respetaran tiempos y personas, sin herir.
- Siempre, examen: si quedaba inquieto, iba a la capilla y revisaba: “¿Busqué mi comodidad? ¿Fui impaciente? ¿Qué hubiera hecho el Señor?”. Su santidad no fue impecabilidad, sino rectificación pronta.
9) La mística de la puerta para hoy
La figura de san Alonso ofrece claves para nuestro tiempo acelerado:
- Redención de la interrupción: convertir lo inesperado en sacramento de presencia. Responder “¡Ya voy, Señor!” a la notificación, al imprevisto, al colega que llama, no de forma literalista, sino con la intención de servir a Cristo en lo que llega.
- Unidad entre oración y trabajo: no “encajar” la oración en los huecos, sino dejar que la caridad haga porosa la agenda. La prisa se cura con prontitud amorosa, no con estrés.
- Ministerio de acogida: toda comunidad necesita porteros del corazón: personas que abran paso, escuchen, orienten, protejan. Esa es una misión evangelizadora de primera línea.
10) Oración inspirada en san Alonso (para uso diario)
Señor Jesús, que llamas a mi puerta en cada tarea y en cada hermano,
enséñame la prontitud humilde de san Alonso.
Que mi trabajo sea lugar de encuentro contigo,
mi paciencia, caridad concreta,
mi pobreza, libertad para amar.
Cuando suene la campanilla del deber,
dame decir con verdad: “¡Ya voy, Señor!”
Amén.









Deja un comentario