¿Usaría Jesucristo las redes sociales hoy? Una reflexión crítica

En ciertos ambientes eclesiales se repite con convicción la afirmación: «Si Jesucristo viviese en nuestros días, también utilizaría las redes sociales». La sentencia pretende justificar la presencia de los cristianos en el espacio digital y dar legitimidad pastoral a su uso. Sin embargo, la frase encierra problemas de fondo, tanto en la comprensión de Cristo como en la naturaleza misma de la evangelización. Conviene, por tanto, analizarla con espíritu crítico.

1. Un falso anacronismo

La primera dificultad radica en el anacronismo. Pretender adivinar lo que haría Cristo con herramientas modernas es proyectar nuestras categorías sobre Él. Cristo no es un “influencer” atrapado en la lógica del mercado digital. Su misión consistió en la encarnación, en entrar en la carne, en tocar y ser tocado, en mirar y ser mirado. El mensaje del Evangelio se transmitió en la cercanía de los cuerpos y en el calor de la voz. Decir que usaría redes sociales es reducir el misterio de la Encarnación a un mero medio tecnológico.

2. El cara a cara como núcleo del Evangelio

La predicación de Cristo no fue masiva en el sentido actual de “viralización”. La mayor parte de su tiempo la pasó con un círculo reducido: los Doce, los setenta y dos discípulos, las mujeres que le acompañaban. La pedagogía del Reino fue de profundidad, no de amplitud. Prefería el encuentro personal: con la samaritana, con Zaqueo, con Nicodemo de noche, con el joven rico. Las redes sociales, en cambio, sustituyen el rostro por la pantalla y degradan el contacto humano en fragmentos superficiales. El Evangelio no es un mensaje de consumo rápido, sino de transformación existencial.

3. Las redes sociales: un terreno tóxico

Quienes defienden la frase olvidan que las redes sociales son, en gran medida, espacios de toxicidad:

  • Promueven la comparación y la vanidad.
  • Incentivan el narcisismo y la adicción.
  • Favorecen la mentira y la manipulación.
  • Generan polarización y odio.

Cristo jamás se dejó atrapar por las lógicas de poder, de popularidad o de espectáculo. Rechazó las tentaciones de Satanás en el desierto precisamente porque le ofrecían atajos de gloria inmediata. ¿Podría entonces servirse de un medio cuya lógica es la contraria a la humildad evangélica?

4. De la multitud al discipulado

Sí, Jesús habló a las multitudes (el sermón del monte, la multiplicación de los panes). Pero esas muchedumbres pronto se dispersaban. La verdadera estrategia de Cristo no fue acumular seguidores, sino formar discípulos capaces de transmitir el mensaje en profundidad. En palabras de san Pablo: “Lo que has oído de mí, confíalo a hombres fieles, que sean capaces a su vez de enseñar a otros” (2 Tim 2,2). El Reino se expande como semilla, no como “post” viral.

5. La lógica del Evangelio frente a la lógica del algoritmo

Las redes sociales se rigen por algoritmos que premian lo llamativo, lo emotivo, lo escandaloso. El Evangelio, en cambio, se abre paso en lo pequeño, en lo escondido, en lo que el mundo desprecia. Jesús eligió nacer en Belén, no en Roma; predicar en Galilea, no en Atenas. Su Reino no es de este mundo ni de sus sistemas de propaganda. El algoritmo digital es contrario al “misterio del grano de trigo” que muere oculto para dar fruto.

6. Una misión confiada a los testigos

Jesús no lo dijo todo directamente al mundo. Dio su vida, enseñó a un pequeño grupo y confió en la transmisión personal y viva de la fe: la tradición apostólica. Si hubiese querido un mensaje “instantáneo” para todos, habría escrito libros o dejado registros universales. En cambio, eligió confiar en hombres frágiles, en carne y hueso, para que su Espíritu obrase en ellos. Esa pedagogía es irreductible a la lógica de las redes.

La fuerza del encuentro real

Más que imaginar si Cristo usaría Twitter o TikTok, deberíamos preguntarnos cómo nosotros encarnamos hoy el Evangelio. El riesgo de la frase es hacer del cristianismo un producto adaptado a las lógicas del mundo digital. El verdadero reto sigue siendo el mismo: encontrarse con Cristo vivo en la carne de la Iglesia y en el rostro del prójimo.

Las redes podrán servir como instrumento secundario, pero nunca sustituirán la esencia del Evangelio, que es comunión real, cara a cara, corazón a corazón. Cristo no nos llamó a ser “seguidores” en un perfil, sino discípulos que cargan la cruz y transforman la vida.

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