Mientras el mundo entero está siendo contagiado por el coronavirus el cardenal Robert Sarah analiza las causas de esta crisis absolutamente inédita.
¿Qué le inspira la crisis del coronavirus?
Este virus ha actuado como un indicador. En pocas semanas, la gran quimera de un mundo materialista que se creía todopoderoso parece haberse hundido. Hace unos días, los políticos nos hablaban de crecimiento, pensiones, reducción del paro. Se sentían seguros de sí mismos. Y he aquí que un virus, un virus microscópico, ha puesto de rodillas a este mundo ufano, que se contemplaba a sí mismo ebrio de autosatisfacción porque se creía invulnerable. La crisis actual es una parábola, que nos revela cuán inconsistente, frágil y vacío es todo lo que nos hacían creer.
Nos decían: ¡podéis consumir de manera ilimitada! Pero la economía se ha hundido y las bolsas caen en picado. Hay fracasos por doquier. Nos prometían llevar más allá de los límites la naturaleza humana por medio de una ciencia triunfalista. Nos hablaban de vientres de alquiler, procreación asistida, transhumanismo, humanidad potenciada. Nos vanagloriábamos de un hombre de síntesis y una humanidad que las biotecnologías convertirían en invencible e inmortal. Y, en cambio, henos aquí, enloquecidos, confinados por un virus del que nos sabemos casi nada. El término epidemia había sido superado, era un término medieval. De repente, se ha convertido en nuestra cotidianidad.
Creo que esta epidemia ha dispersado el humo de la quimera. El hombre autodenominado todopoderoso aparece en su cruda realidad. Aquí está, desnudo. Su debilidad y su vulnerabilidad son patentes. El hecho de estar confinados en casa nos permitirá, espero, volver de nuevo a lo esencial, redescubrir la importancia de nuestra relación con Dios y, por ende, de la centralidad de la oración en la existencia humana. Y, con la conciencia de nuestra fragilidad, en confiar en Dios y su misericordia paterna.
¿Es una crisis de civilización?
He repetido a menudo, especialmente en mi último libro, Se hace tarde y anochece, que el gran error del hombre moderno es su rechazo a la dependencia. El hombre moderno se concibe a sí mismo como un individuo radicalmente independiente. No quiere depender de las leyes de la naturaleza. Se niega a depender de los demás comprometiéndose a vínculos
definitivos como el matrimonio. Considera una humillación depender de Dios. Se concibe sin deber nada a nadie.
Negarse a pertenecer a una red de dependencia, herencia y filiación nos condena a entrar desnudos en la jungla de la competitividad de una economía abandonada a sí misma. Sin embargo, todo esto no es más que una quimera. La experiencia del confinamiento ha permitido que muchos redescubran que dependemos real y concretamente los unos de los otros. Cuando todo se desmorona, solo quedan los vínculos del matrimonio, la familia y la amistad. Hemos descubierto de nuevo que somos miembros de una nación y, como tales, estamos unidos por lazos invisibles pero reales. Y, sobre todo, hemos redescubierto que dependemos de Dios.
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Libro «La fuerza del silencio» del Cardenal Robert Sarah, Post del blog de Jaime Urcelay