Tres ejemplos de Líderes católicos universales

En primer lugar pedir perdón por el título, pues católico es y significa universal, pero como muchas veces hay cierta ignorancia en los términos, he querido reflejar que además de ser católicos en su religión, son reconocidos a nivel mundial. Quizá el primero de forma más polémica por nuestra autoestima baja y por la negatividad con que los propios españoles enjuiciamos nuestro valor, ya reconocido por el profesor Burgos en el post anterior. Entre estos tres ejemplos, hay dos mujeres.

Reina Isabel, la Católica.

Primer ejemplo. Cuenta Menéndez Pidal en su obra: “Los Españoles en la historia” cómo actuó Isabel la Católica. Fue una líder (no lideresa, constructo lingüístico que no existe en la lengua española) que creó una cultura social de confianza por su integridad y su alto nivel de perspicacia. Al Gran Capitán, que era un soldado de la clase de tropa, ella lo promocionó, lo mismo hizo con el Cardenal Cisneros que era un párroco de aldea; también se dio cuenta de que Cristóbal Colón podría hacer grandes gestas por Castilla a pesar de su evidente vanidad y arrogancia. Parece ser que ella seleccionó a su propio esposo Fernando de Aragón como la “menos mala” de las cuatro o cinco opciones que tenía. Fue implacable y no le tembló la mano con los malhechores. En un famoso libro tenía anotadas las cualidades de cientos de personas para asignarles distintas tareas y, al parecer, nunca se confundió ni la sorprendieron los acontecimientos; siempre tenía la persona adecuada. Para recompensar los servicios prestados pagaba con dinero o con honores, pero, aunque muchas veces se le solicitó, nunca dio un cargo como recompensa a alguien incompetente para ese cargo. Además, invariablemente todos los triunfos los atribuyó a su marido. El esplendor de España en la Historia, y el Siglo de Oro, siempre según Menéndez Pidal, fue debido sobre todo a ella porque de forma muy casual se conjugó la confluencia de un puesto de máximo poder con una persona decidida, perspicaz, genuina y honesta. El liderazgo puede y debe ser aprendido.

San Juan Pablo II, Papa.

Segundo ejemplo de líder a imitar: Juan Pablo II. Ex-Consejero Delegado de Cristo y la Iglesia Católica, es el personaje de la historia que, con diferencia, vio personalmente a más seres humanos: unos 250 millones. Visitó 140 países en cuarenta idiomas. Trató con artistas, familias, políticos, científicos, presos, enfermos, ancianos, niños, deportistas, astronautas, locos, criminales, aristócratas, pobres, ricos, filósofos, juristas, médicos, empresarios. Se entrevistó con más de 900 Jefes de Estado. Impartió doctrina en 19.000 discursos que ocupan 120.000 folios. Trabajaba, entiendo, de la siguiente manera: abordando sólo el punto de vista humano, Juan Pablo II desarrolló una actividad de 15 horas diarias. Incluso desayunos, almuerzos y cenas eran de trabajo. Su tarea no fue fácil. Minuciosamente observado, hizo frente a situaciones muy tensas, dictatoriales, de guerra y peligrosas. Probablemente evitó una guerra mundial, desde luego luego evitó una guerra real entre Argentina y Chile. Estuvo muchas veces en el centro del huracán. Nunca estuvo estresado, ni afligido, ni deprimido ni desmoralizado. Cualquiera que fuera la situación, incluso muy hostil, planteó un horizonte ambicioso. Nunca fue un anciano que viviera de recuerdos. Siempre estuvo lleno de proyectos, incluso a la hora de su muerte. Delante de las cámaras, actuó contra cualquier canon televisivo. No fingió, no interpretó, ni le preocuparon las apariencias, ni tuvo asesor de imagen. No parecía tener prisa; siguió un protocolo riguroso, no improvisó, llevaba un ropaje incómodo, hablaba en una lengua extraña. No estuvo pendiente de un eco; no pedía ningún voto. No se escondió. Fue alegre, optimista y, por cierto, tenía un agudo sentido del humor. Sorprendentemente, a diferencia de casi cualquier católico, nunca gestionó una crisis ni se dejó arrastrar por los problemas. Nunca asistió a una escuela de negocios. Siempre él sentó las prioridades y las cumplió. Era consciente de su autoridad y no le tembló la mano. Superó un atentado que estuvo a punto de quitarle la vida y su convalecencia fue larga.

Tuvo tiempo para todo el mundo. Nunca renunció a decir lo que creía que tenía que decir. Estaba lo mismo solo, que con un recién nacido, un jefe de estado, un miserable o un millón de personas. Se ignoró a sí mismo y a la situación en la que se encontraba. Le importaba su mensaje y transmitió siempre sensación de autenticidad al margen de las circunstancias. Creó confianza; nunca tuvo miedo. Y fue admirado por católicos y no católicos, y aún por muchos de sus propios enemigos.

Santa Teresa de Calcuta.

Tercer ejemplo universal: La Madre Teresa de Calcuta. Este ejemplo lo relato para poner de manifiesto la importancia de la humildad como atributo clave del líder. Parece que la función de dirigir exige popularidad, protagonismo y todo católico debe responder a los nuevos desafíos mediante una autosuperación propia.

El problema es mucho más interno que externo. Parece ente al mundo que ser humilde es un defecto impropio. Esta es una idea equivocada de la Cultura de la Mediocridad.

Piense el lector en Santa Teresa de Calcuta. Nadie discutirá que fue ejemplo de humildad. Es decir, tenía una personalidad fuerte y decidida, firmeza en sus decisiones, voluntad férrea, totalmente comprometida y fue perseverante hasta el final superando la prueba del tiempo. Era una líder de confianza. En efecto, humildad es firmeza, coherencia, consistencia interior, modestia, no arrogancia, no buscar ser el centro, tener paciencia, simpatía, respeto y raíces seguras.

La imagen del humilde es alguien sentado tranquilamente en un banco, pobremente vestido y con cara beatífica. Pero puede no tener nada de humildad. Todavía tiene menos humildad el cristiano agresivo que pretende dominar a los demás; suele ser alguien orgulloso, vanidoso y ambicioso. Carece de consistencia interior y en el fondo es débil. Tiene una personalidad y una vida sin fondo. Los líderes que crean confianza que conozco con nombre y apellidos, aunque desgraciadamente no son muchos, son exigentes y humildes.

Del libro «Liderazgo Personal» de Josemari Cardona Labarga.

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