Desde la virtud del Patriotismo definida por David Isaacs como el reconocimiento de lo que la Patria nos ha dado y nos da. Le tributamos honor y servicio debidos, reforzando y defendiendo el conjunto de valores que representa, teniendo a su vez, por suyos los afanes nobles de todos los demás países.
En este sentido no es provincianismo, sino todo lo contrario, conocimiento de lo propio y valoración de lo ajeno, que cuando estamos juntos todos nos enriquecemos aún más, como bien dice la encíclica del Papa Francisco Fratelli Tutti.
Por ser hoy, 12 de octubre, día de la HISPANIDAD, dejamos una conferencia de Juan Manuel Burgos sobre un «proyecto para España» realizada en Barcelona en estas horas cruciales. Bien podría ser un proyecto para un país hermano u otro, en todo caso cada uno tendrá que reflexionar sobre su propio liderazgo como individuo en una comunidad y como pueblo, tal y como lo desarrolló el Pueblo de Israel en la Historia de la Salvación y la Nación Española en los siglos modernos.
En España, podemos decir que, hay líderes en el , pero ningún liderazgo común, es necesario plantear con energía un proyecto que ilusione. Hemos entrado en la batalla de las ideologías y de las divisiones cainitas.
Si bien la defensa es necesaria y, en ocasiones, imprescindible, no se puede vivir solo de la defensa. Es necesario el proyecto (visión), el futuro, porque la mera defensa cansa, y, a la larga, puede resultar poco atractiva frente a alternativas con mayor capacidad de iniciativa y creatividad.
Por eso, en esta conferencia voy a hablar de futuro y de proyecto, una perspectiva que queda plasmada en el título que, como muchos ustedes habrán advertido, deconstruye y reconstruye la conocida “definición” orteguiana de nación: “sugestivo proyecto de vida en común”. Es una definición brillante, aunque no perfecta, como toda definición. Y, en este caso, su carencia es la falta de referencia al pasado. Toda nación tiene una historia, responsable de su configuración identitaria peculiar y exclusiva. Y, en el caso particular de España, poseemos una historia grandiosa, una de las más relevantes del mundo. Pero la historia, y aquí es donde aparece el elemento genial de la definición orteguiana, no basta. La nación es una estructura viva y, si quiere perpetuarse, debe poseer un proyecto de futuro. “Repudiemos, dice Ortega, toda interpretación estática de la convivencia nacional y sepamos entenderla dinámicamente. No viven juntas las gentes sin más ni más y porque sí; esa cohesión a priori solo existe en la familia. Los grupos que integran un Estado viven juntos para algo: son una comunidad de propósitos, de anhelos de grandes utilidades. No conviven por estar juntos, sino para hacer algo juntos”. Por eso, si faltan proyectos nuevos para afrontar los retos presentes, la nación comenzará a extinguirse muy lentamente en el caso de que posea una historia milenaria, pero de forma ineluctable.
Por eso son acertadas las críticas a la concepción esencialista de la nación. España no es una esencia eterna e inmutable, porque tal esencia no existe. Como tampoco existe la esencia italiana o francesa. Pero, siendo esto cierto, tampoco es acertado abalanzarse al lado opuesto, y asumir que España es un mero contrato rousseauniano, que se puede definir según los intereses de cada momento. España es ahora la suma de lo que los españoles han hecho a lo largo de nuestra historia, ya muy larga, y cuyo resultado es una identidad peculiar y única, la del español, que algunos, como García Morente o Ganivet han intentado, con mayor o menor éxito, describir.
Una identidad rica y precisa, pero no inmutable. Hoy no tenemos el mismo concepto del honor que en el siglo XVI, pero hablamos la misma lengua y, quizás, nos importa el honor y la verdad más que a otros pueblos. Y, al contrario, una identidad no inmutable, pero precisa, pues ser español no es ser francés ni alemán ni italiano.
El futuro de España, por tanto, será lo que los españoles de hoy y de mañana quieran, y de lo que se esfuercen por lograrlo. Y algunos, entre los que me hallo, queremos que sea una realidad fuerte y poderosa que continúe su camino en medio de los hombres, las razas y los pueblos. Y no solo porque España es nuestra patria, es decir, la tierra de nuestros padres, que ya sería una razón más que suficiente, sino porque España es uno de los grandes países que ha marcado la historia del mundo con su lengua, su cultura y su religión. Si España desapareciera o se debilitara, el mundo se tornaría más pobre.
Dicho esto, debemos dar un paso atrás y comenzar por los problemas. Los proyectos de futuro solo pueden ser válidos si se construyen sobre el conocimiento del presente. De otro modo, solo son utopías bienintencionadas pero irrealizables, es decir, probablemente, distopías. Y España tiene problemas, lo que –conviene subrayarlo- resulta perfectamente normal. No existen países sin problemas, y el nuestro también los tiene. Lo que no significa, claro, que España sea un problema. Esta frase no es más que un tópico barato que se da de bruces con la realidad, aunque pueda contar a su favor con los problemas de autocomprensión y de autoestima a los que me referiré más adelante. Y también con el lloriqueo esencialista de una parte de nuestros intelectuales que, por alguna extraña razón, han insistido en este supuesto problematismo intrínseco de nuestro país. Esta actitud comenzó con la generación del 98, Ortega comenzó a separarse ya de ella y, Julián Marías, dando un paso más, fue capaz finalmente de construir un relato realista, y equilibrado superador de ese problematismo injustificado en España inteligible, un libro que, a mi juicio, todos deberíamos leer «España inteligible».
Hecha esta importante aclaración, es tiempo de volver a nuestro punto de partida: España tiene problemas y son importantes. Voy enumerar los que me parecen más relevantes en el ámbito identitario, que es el tema de esta conferencia. Sobre ellos y a partir de ellos propondremos los proyectos.
Leer aquí la conferencia completa de Juan Manuel Burgos en Barcelona.
Deja una respuesta