Introducción:
El tema de la verdad pertenece a ese pequeño grupo de cuestiones absolutamente fundamentales e imprescindibles, básicas en la vida de cada persona. Por ello, genera una división radical entre los seres humanos: quienes procuran vivir ateniéndose a ella, los que la rechazan y quienes no quieren o tienen miedo de enfrentarse a ella. La finalidad de este apunte es simplemente poner de manifiesto algunas dimensiones del concepto mismo
de verdad.
En concreto, intentar mostrar que hay al menos tres: la medida, el sentido común y la pobreza. A mi juicio, esos tres conceptos y el de verdad están entrelazados profundamente, hasta el punto de que cada uno puede definirse y entenderse con más claridad con el apoyo de los otros. Si las consideraciones siguientes son acertadas, espero que esta afirmación resultará plausible y quizás también útil desde el punto de vista práctico. La tesis básica es:
La verdad de la teoría es la medida; la verdad de la práctica es el sentido común; la verdad de nuestras relaciones es la pobreza.

Medida
Según Platón, el concepto más fundamental que se ofrece al ser humano es el de medida. Eleva aquí el filósofo ateniense a altura especulativa una tesis extendida en la Grecia de la época, cristalizada en la fórmula “nada sin medida”, y expresada negativamente en el rechazo total de la “hybris” o falta de medida.
Desde el punto de vista puramente intelectual, la idea básica, y la primera que subyugó a los más antiguos pensadores de la Grecia clásica, es la de la relación unidad/multiplicidad. Pensar es unificar, eso es el Logos, pero no tiene sentido unificar si no hay multiplicidad. Como se piensa siempre algo, un objeto, ellos consideraron que el pensar consistía en descubrir intelectualmente de modo correcto cómo es ese mundo que se nos muestra a los sentidos precisamente como una multiplicidad unificada. Y eso es la verdad.
Puesto que la realidad es siempre una unidad de lo diverso su conocimiento intelectual puede darse en una captación directa, inmediata, a la que llamamos concebir –de donde el concepto-, que luego puede ser analizado en la diversidad interna que contiene; o en una indirecta, en la cual descubrimos la unidad que subyace bajo la diferencia de varios conceptos. Expresado en estilo kantiano, se trata de juicios analíticos y juicios sintéticos.
En conjunto, la unidad de lo diverso se considera desde el inicio de la filosofía como el “arcano” fundamental de la realidad y ese arcano no es otra cosa que la medida misma según la cual se une lo diverso en cada caso, pues la realidad misma de esa unidad es la medida.
Captar correctamente en el plano esencial y en cada caso el modo de unidad de lo diverso es lo que Platón consideraba el arte del buen dialéctico, y si se logra el discurso es coherente. Pero cuando de la consideración meramente esencial pasamos a los juicios de tipo existencial, entonces estamos en la verdad en la medida en que nuestro conocimiento se corresponde con la realidad. Aquí se ha abierto un nuevo tipo de unidad/multiplicidad porque se trata de asegurarse de que la diferencia entre conocimiento/realidad responde al esquema siguiente: “conocimiento y realidad son diversos –multiplicidad-, pero en el acto de conocer son lo mismo –unidad-“. Esta es la fórmula de la verdad como correspondencia.
Desarrollando la inspiración fundamental socrático-platónica, la diferencia entre el conocimiento esencial y el existencial se puede expresar mediante la distinción entre amor al saber y amor al objeto concreto del saber. Sin amor –interés transcendente- no hay relación posible, pero no es lo mismo amar el saber que amar también el objeto del saber.
En el primer caso estamos en el plano esencial, mientras que en el segundo avanzamos al existencial. El papel de la voluntad es más fuerte en el segundo que en el primero, porque, así como el intelecto unifica en abstracto, la voluntad unifica en concreto, y funciona siempre sobre una diferencia explícita –se quiere a otro ya “explicitado”-. Por eso es más fácil ser coherente que conseguir que mi conocimiento se corresponda con la realidad.
Hace falta más amor, y un amor más difícil, para lo segundo que para lo primero. En cualquier caso, coherencia y correspondencia son las dos dimensiones primarias de la verdad y las dos consisten en el encuentro de la medida según la cual se unifica una diversidad.
Si lo que caracteriza a una cierta postmodernidad –aunque éste, como todos los conceptos culturales amplios y propios de un momento y un lugar, ha de ser tomado con distancia es una presunta “superación” de la medida, no es extraño que se haya pasado a lo que algunos llaman la post-verdad. En efecto, sin medida no hay verdad posible. Si en otras épocas se ha querido cambiar el tipo de medida –el canon- o se ha caído en la desmesura, todo ello está siempre dentro de la primacía de las medidas. Es el abandono de este concepto y esta realidad la que lo cambia todo.
Lo que tenemos, por tanto, es más bien una suerte de post-escepticismo, pues ya ni siquiera se considera que el ser humano es medida de lo que percibe y vive. Ni nos mide la realidad, ni nosotros somos medida. Queda sólo la pura creatividad espontánea la cual, sin embargo, es a su vez pura ilusión porque nadie es creativo sin datos previos, ni lo que él “crea” funciona más que si es compatible con la realidad ya dada.
(…)
Conclusión del documento:
A modo de resumen Para resumir todo con una referencia a la tradición cristiana se puede decir que en el cielo entran los justos –los que aciertan con la medida-, los “misericordiosos” –los que con sentido común están atentos al bien común- y los pobres –quienes se relacionan adecuadamente con los bienes- de manera tal que se deja ver que esos tres nombres indican tres aspectos de la verdad. Tal vez también por eso Jesucristo, que pidió ser justos, “misericordiosos” y pobres de espíritu, dijo de sí mismo que Él es la Verdad.
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