Llegar al final de la vida “con la mochila llena” es el objetivo que se plantean muchas personas generosas que conozco o con quienes conviví. Haber hecho muchas cosas buenas, positivas. Una gran parte eran o son personas de alto nivel intelectual, cultural o económico y algunas ocuparon puestos relevantes en la sociedad. Unos no eran creyentes y entendían que habrían contribuido a construir una sociedad mejor, o a impulsar la aplicación de unos principios en los que creían. Más de uno quería que su recuerdo permaneciera. Otros eran creyentes y estaban convencidos de que al dejar este mundo llevarían ante Dios la mochila repleta de buenas obras como prenda y garantía de premio: haberse ganado el Cielo por méritos propios.
Yo mismo he tenido la pretensión de ir al otro barrio con la mochila “muy llena” y, sin llegar a formularlo de una manera muy explícita, pensar alcanzar el Cielo en base a una densísima agenda y un alto y persistente nivel de esfuerzo a lo largo de muchos años.
En los últimos tiempos, sin embargo, con la oración, una mayor maduración en la fe y, también, con la experiencia humana acumulada con el paso de los años, he ido viendo que el camino no era el adecuado. He comprendido que todo es un don, que la salvación no se consigue a base de puños ni es resultado de nuestro esfuerzo. Aquella concepción estaba bienintencionada y las aportaciones realizadas son positivas, pero su base de fondo era pelagiana, que dejaba de lado la gracia. Incluso me he dado cuenta de que en ocasiones hacemos cosas “por” Cristo, pero “sin” Cristo.
Cuestiono hoy también la propia orientación del esfuerzo realizado. Me impresionó y fue una gran lección conocer el epitafio de la tumba de un obispo anglicano en la Abadía de Westminter, en Londres:
Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar solo mi país. Pero con el tiempo me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí. Pero tampoco conseguí casi nada. Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: Si hubiera empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de cambiar mi país y -quien sabe- tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo.
Este mismo pensamiento, aunque fuera con distintas palabras, lo he oído a diversas personas, una de ellas el sacerdote que presidió mi boda, mossèn Ignasi Segarra. He comprendido también que, sin renunciar a una actividad intensa, lo fundamental es dejar obrar a Dios en nosotros. Un hombre tan activo como San Vicente de Paúl decía que cara a Dios debíamos ser más pasivos que activos. Y San Josemaría recordaba siempre la prioridad de la oración y de la mortificación sobre la acción.
El periodista Álex Rosal publicaba en “Religión en libertad” el Viernes Santo de 2021 el artículo titulado “Ganar el Cielo (más bien robarlo) con las manos vacías” en el que ponía en evidenciaba hasta qué punto todo es gracia. Lo hacía a partir del primer santo canonizado, el buen ladrón, Dimas, a quien el propio Cristo dijo en la cruz que aquel mismo día estaría con Él en el paraíso. Para Rosal tal hecho “es un escándalo, pero también una esperanza. A mí, que más bien soy frágil, pobre y pecador, saber que el primer santo de la Iglesia no deslumbraba por sus virtudes naturales, ni por ser modélico, ni por tener nada bueno que ofrecer a Dios en su muerte, me tranquiliza. Tengo posibilidades de seguir su estela…”- Entender que todo es un don conduce a dar gracias. Es éste un libro de acción de gracias a Dios. He podido detectar que Él me ha ido llevando de la mano a lo largo de la vida, aunque no me diera cuenta de ello en cada momento.
Más que palabras propias, para concretar el agradecimiento me sirven las estrofas de la canción “Eso que tú me das”, de Pau Donés, cantante del grupo “Jarabe de palo”, que falleció el 10 de junio de 2020, dos años después de habérsele diagnosticado un cáncer. La editó y cantó durante el confinamiento de la pandemia del Covid 19, pocas semanas antes de fallecer. Lo expresa mejor de lo que yo haría.
Eso que tú me das
Es mucho más de lo que pido
Todo lo que me das
Es lo que ahora necesito
Eso que tú me das
No creo lo tenga merecido
Todo lo que me das
Te estaré siempre agradecido
Así que gracias por estar
Por tu amistad y tu compañía
Eres lo mejor que me ha dado la vida
Por todo lo que recibí
Estar aquí vale la pena
Gracias a ti seguí
Remando contra la marea
Con todo lo que recibí
Ahora sé que no estoy solo
Ahora te tengo a ti
Amigo mío, mi tesoro
Así que gracias por estar
Por tu amistad y tu compañía
Eres lo, lo mejor que me ha dado la vida
Todo te lo voy a dar
Tu calidad, por tu alegría
Me ayudaste a remontar
A superarme día a día
Todo te lo voy a dar
Fuiste mi mejor medicina
Todo te lo daré
Sea lo que sea, lo que pidas
Y eso que tú me das
Es mucho más
Es mucho más
De lo que nunca te he pedido
Todo lo que me das
Es mucho más
Es mucho más
De lo que nunca he merecido
Eso que tú me das
Eso que tú me das
Es como el testamento del cantante, que ha impactado a millones de personas, entre las que me incluyo. Es una impresionante y vivencial muestra de agradecimiento hacia su hija y sus amigos. Donés se declaraba no creyente, e incluso en fechas lejanas había expresado un rechazo hacia la religión, con la cual parece que no tuvo muy buena relación en algún período de su vida, pero la canción es perfectamente adaptable a la vida espiritual, como una oda a los dones inmerecidos. Me ha servido para hacer oración, como sé que ha ocurrido a otros. También para sincerarme conmigo mismo y, un poco, para poner más corazón al escribir este libro.
En este libro abordo muchas cosas: cómo un católico que es periodista, no un filósofo o un teólogo, sin pretensión de ser maestro ha observado desde una óptica espiritual muchos asuntos de la vida, de la muerte y de la eternidad, procurando que el lenguaje utilizado fuera asequible a muchos, cristianos o no. He pedido al Espíritu Santo que me iluminara, y que lo explicado pudiera ser útil y sirviera para acercarse a Dios a las personas que lo leyeran.
El agradecimiento y las expresiones de amor ocupan el primer lugar, y creo que se deduce que la vida espiritual no es entendida como una suma de reglas y prohibiciones, y ni siquiera se considera lo más importante el premio o el castigo.
Como se anunció antes, es un libro con un fuerte contenido autocrítico. Un reconocimiento de que en algunos aspectos se ha fracasado. Pero esto no lleva a la amargura sino a descubrir que en realidad ha salido mejor de lo que se esperaba, aunque por vías distintas de las previstas por uno… y con menor protagonismo personal. Uno se da cuenta que ir subiendo hacia a Dios es como viajar en globo: hay que pesar poco.
Introducción del libro y prólogo de Rafael Rodríguez-Ponga, rector de la Universitat Abat Oliba CEU

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