Las crisis vitales y relacionales

No soy médico que tenga una fórmula contra la pandemia. Tampoco pertenezco a los gobernantes como para tener la solución social, económica o sanitaria a los problemas que está generando esta situación nueva.

Soy autónomo con familia numerosa que he visto reducir en un 90% mi facturación. Llevo cinco semanas de confinamiento, cando clases a mis hijos.

Simplemente quiero reflexionar como ciudadano sobre la crisis personal y profesional a la que me puede llevar la coyuntura actual y qué reacciones puede generar en mí a nivel relacional y vital.

Una crisis es una coyuntura de cambio en cualquier aspecto de una realidad organizada, pero inestable, como la sociedad que nos hemos creado.

Un cambio crítico como el actual tiene numerosísimas incertidumbres en sus consecuencias que ponen en riesgo el desarrollo y crecimiento normal de nuestra sociedad humana, así como la convivencia y las conductas personales.

Esta crisis pandémica nos lleva a otra más profunda, la crisis espiritual o personal. Al encontrarse uno confinado tras tantas semanas podemos perder el gusto a todo, no hay paz, uno queda agotado, se puede sentir inútil, rechazado por quienes antes le abrían los brazos y le prometían tanto.

«Lo importante tras una crisis es lo que la segunda mitad que queda de vida me exige y en lo que debo empeñarme.» Carl Jung

No puedo hacer nada, sin embargo hay que entender que las crisis nos ayudan a crecer como personas, a madurar. Se impone descubrir mi fondo, es fundamental madurar… pero, he aquí el quid de la cuestión: reaccionamos mal. En este sentido hay que dar las gracias y las damos cada día a todos los agentes de sanidad y de seguridad, así como al ejército y otras instituciones que han sido a veces incluso heroicas, dando la vida por el enfermo o la investigación o la seguridad. Pero a nivel personal nos afecta brutalmente a nosotros, a nuestra psique y a nuestras relaciones y entonces es cuando hay que comprender que en toda crisis vital se imponen tres caminos.

A. La huida:
Me niego a mirarme a mí mismo. Niego la autocrítica, la crisis NO es culpa mía, es de los demás, del sistema, del gobierno, de las grandes multinacionales, de las potencias mundiales, etc., y esta negación hace que busque la reforma de lo externo. Que cambie el otro. Que cambie el sistema. No es mi culpa.

Me aferro a las prácticas de toda la vida de manera formal, sin afrontar lo interior, ni mi desarrollo, ni lo que yo puedo crecer en esta crisis.

Caigo en el activismo por el activismo, no en el que ayuda a los demás como los sanitarios y agentes, sino en mi actividad frenética diaria en casa para no pensar, no profundizar. Juegos, cantos, aplausos, comidas, internet, internet, internet, móvil, videoconferencias…

Debo cambiar de trabajo, debo reinventarme, debo cambiar de ciudad. En casa me doy cuenta que no aguanto a mi familia, debo cambiar de familia incluso. Todo el mal está fuera. Yo soy inmaculado ante la crisis vital. Por tanto entro en un círculo en el que realizo nuevas formas de hacer incesante. Espero la solución de fuera, del gobierno, de los políticos, de las ayudas, de la OMS. La madurez tiene un escalonamiento que no acepto ni entiendo.

En un libro que leí hace tiempo, «Treinta palabras para la madurez», decía que la primera palabra es «Adiós» y la segunda «Hola». Adiós a lo antiguo, hola a lo nuevo. Atreverse, pero eso en este estadio no se da. Saco balones fuera.

¿Veis a alguien en la actualidad identificado en esta posición? «No fui yo, fue él», como Homer Simpson.

B. La inhibición y endurecimiento:
Ante la crisis vital la segunda respuesta es la de los duros de corazón. Endurezco mis prácticas y las tomo como la verdad absoluta, no hay otra verdad, me hago intransigente con mis semejantes. Solo vale la forma exterior, sin compasión, sin entendimiento, sin empatía, sin cariño, sin escucha, sin diálogo, sin amor. Mis principios son mis ídolos. Mi seguridad son mis convicciones. Soy un moderno fariseo.

En la intransigencia y fundamentalismo su fuente suele ser el miedo. Miedos ocultos, internos, imperceptibles que no conozco ni yo y me llevan a endurecerme. Mis faltas de seguridad.

«Aparece por regla general endurecimiento precoz, cuando no frialdad, unilatelaridad fanática, amor propio o lo contrario: resignación, cansancio, irresponsabilidad, negligencia, cuando no ablandamiento pueril con inclinación al alcohol.» Carl Jung

C. La respuesta correcta: El autoconocimiento, la madurez y la interioridad:
El camino de la interioridad en estos días de confinamiento puede verse como una vía dolorosa, pero con gran esperanza. Hay verdades sobre mí que no deseo ni quiero escuchar, por eso caigo en la tentación de las respuestas anteriores en las que me endurezco o no me doy por aludido, pero debo seguir adelante.

Cuántas noches oscuras en estas semanas en miles y miles y millones de hogares y personas.

Entrar en mí mismo y conocerme es una conmoción, sin embargo me ayuda a madurar. Mis defensas psicológicas suelen proyectar mis errores en los demás, porque no me gustan y no los acepto. Continúo con mi profundización.

Toda crisis vital supone pasar por apretura, como una serpiente que muda la piel y cambia.

Pregúntate, ¿Cuáles son mis motivaciones y mis actitudes para hacer lo que hago? Me observo, e imagino. ¿Cuál es mi verdad, sin autojustificaciones? ¿Quién soy?

El descubrimiento de mis mentiras me ayudará a apalancar mi autoconfianza. Y al responder con madurez a la crisis vital me focalizo en las cosas esenciales de la vida y despejo de mí lo accesorio, lo que no me aporta valor como persona.

De esta última reacción sacamos un gran beneficio: La serenidad:
No es paz estoica. Es entregar mi voluntad a los acontecimientos que no me queda más remedio que vivir, como la edad que pasa. Si quieres puedes abandonarte a un Ser Superior.

¡Cuidado! Es una entrega y paz dinámica que actúa y pone los cimientos de la segunda parte de mi vida tras la crisis. Pero centrada, no como en la primera respuesta: hacer por hacer.

A veces hay que dejar incluso lo bueno, es como una novia que cambia el vestido. Su vestido es precioso, pero tras la boda no vale, debe vestirse de otra manera, como mujer casada, y lo mismo el hombre, hay prácticas que me sirvieron en mi juventud, que son buenas, y tuvieron su valor, pero que ahora no son tan preciosas, debo buscar las nuevas prácticas que son mejores y me dan mejores resultados. Nada hay mejor para eso que una crisis. De manera que esas nuevas prácticas me ayudan a alcanzar mi centro y focalizarme en lo esencial. Crecer, desarrollarme, madurar. ¿Qué debo cambiar tras esta crisis?

Hacer, hacer, hacer no vale, sino…….. confiar, madurando y buscar nuevas transformaciones, disruptoras. para el futuro.

Creo que son ideas muy interesantes que Carl Jung subraya: él pone como ejemplo tipo de la crisis la del adulto de los 40-50 años, es una crisis vital cuya respuesta está en la interioridad. De esta manera nuestro discernimiento y atención a lo esencial es bien distinta a la inmadurez y nos hace crecer. También si somos millones las personas en todo el mundo que salimos más fuertes, el mundo cambiará a mejor.

«Estos hombres se encontraron a sí mismos, supieron aceptarse a sí mismos, fueron capaces de reconciliarse consigo mismos y por ello se reconciliaron también con las circunstancias y los acontecimientos contradictorios. Han hecho las paces.» Carl Jung

Espero que estas líneas ayuden a gestionar personalmente la crisis vital que atravesamos muchos. Saludos con mis mejores deseos de paz y serenidad en esta situación, para salir reforzado hacia un cambio disruptor: un mundo nuevo.

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