Redescubrir la carne, la cercanía cristiana

Hay líderes que aclaran los conceptos desde la filosofía y la antropología, como Fabrice Hadjadj, escuchemos sus palabras llenas de sabiduría y reflexión.

En hebreo, palabras idénticas en lo que respecta a las consonantes, se transforman en palabras con distinto significado cuando se añaden las vocales (en hebreo, como en árabe, se escriben solo las consonantes de las palabras, mientras que las vocales las introduce el lector basándose en el contexto).

Por ejemplo, la palabra escrita DBR da dos palabras distintas cuando se añaden las vocales: dabar, la palabra, y deber, la peste. Sucede que la Biblia judía está escrita exclusivamente con consonantes, por lo que solo el contexto indica la mejor manera de leerla.

El lector de esta Biblia tiene constantemente a la vista una ambigüedad: ¿hay que leer “peste”? ¿Hay que leer “palabra”? Le toca a él disolver esta ambigüedad para nuestros oídos. Como está escrito en el libro de los Proverbios: «Muerte y vida dependen de la lengua» (18, 21). Todos los dones implican un drama porque podemos hacer de ellos un buen o un mal uso.

La Pascua se convierte en peste para quien, liberado de sus cadenas, aprovecha para convertirse en un nuevo faraón. Lo mismo vale para la Eucaristía. Su efecto depende de mi disposición: «Quien come y bebe sin discernir el cuerpo come y bebe su condenación» (1 Cor 11, 29). Este es el primer punto, que se opone radicalmente a la mentalidad tecnocrática, que cree en procedimientos que funcionan de manera automática.

Sus analgésicos deberían eliminar el dolor automáticamente. Pero la hostia no es una aspirina. Con ella, como con toda gracia, nos podemos transformar en mejores, pero también en peores. Con la venida de Cristo, se puede vivir con Dios o matarlo (y de manera más general, vivir con él después de haberlo matado), algo imposible antes.

El segundo punto, no menos importante, es el del carácter carnal de la religión cristiana. Para recibir plenamente la gracia, conforme a lo que quiere Cristo, es necesaria una cercanía física con un sacerdote y también con otros fieles, es decir, con personas concretas, a menudo antipáticas y, por ende, magníficas para poner a prueba nuestra caridad. Si la gracia no se transmite nunca mejor que mediante signos sensibles, a través de un contacto carnal, entonces también los microbios pueden transmitirse con ella, y los sujetos perversos pueden aprovechar la ocasión para cometer abusos; esto nos lleva de vuelta al punto número uno, al uso de los dones maravillosos que nos han dado.

El cristianismo siempre nos arranca del espiritualismo. Diría, incluso, que nos salva de la “espiritualidad”, un término que lo abarca todo y en el que cada uno intenta evadirse de su condición terrenal y de su responsabilidad hacia el prójimo.

Aquí el texto completo

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