Delegación y corresponsabilidad: 4º Hábito

En una comunidad, el proceso de la delegación, es con diferencia el más importante para posibilitar la realización de todo el trabajo.

Cuando existen líderes emprendedores (aquí podemos hablar de obispos, sacerdotes, párrocos y distintos responsables eclesiales hacia los laicos y las familias) la delegación es buena y automáticamente genera más líderes emprendedores. Pero cuando no es buena lo que aparece es algo caótico y entonces se lleva razón cuando se la nombra como “enmarronar” y nada más.

¿Qué se delega? Se suele responder que las tareas, el trabajo, las funciones, y similares. Aunque en parte es cierto, lo que realmente se delega es autoridad. Y conviene volver a la definición correcta de autoridad. La responsabilidad se retiene y se delega. Las dos cosas.

Existen dos grandes tipos de delegación: la elemental y la profesional.

La delegación elemental no tiene complicación y es técnicamente muy sencilla. Simplemente en una hoja apunto las distintas tareas y al lado la persona que las realizarán y para cuándo. Sin embargo se debería llevar con más rigor del habitual, y no dar todo tan por supuesto.

Ahora analicemos el rectángulo mágico de la delegación profesional, que me parece importante.

Primero: Cada uno de los objetivos del colaborador, tiene que haber sido consensuado con él; y además debe ser concreto y desafiante. Cuidado con esto, porque imponer el objetivo, extraordinariamente habitual es un fallo grave, sin solución y desata el fantasma del miedo.

Segundo: El colaborador debe tener la actitud, conocimientos y experiencia adecuados para el logro del objetivo. Quizá la ubicación, o como decíamos antiguamente el encuadramiento equivocado de la persona en el puesto, es la causa más frecuente de fracaso.

Tercero: Tiene que dársele libertad, casi total, para que el colaborador se pueda mover como lo desee y sin trabas. Aquí los fallos, que pueden ser de varios tipos, son imputables al responsable o a normas eclesiales bienintencionadas pero equivocadas.

Cuarto: Es preciso suministrar al colaborador todos los recursos de todo tipo que necesite para lograr sus fines, tanto humanos y pastorales, como físicos, tecnológicos, de instalaciones, equipamiento o dinero.

Quinto: Autocontrol operativo. El propio colaborador interesado, tiene que ser el primero en conocer cómo está logrando sus objetivos, y cuales están siendo sus desviaciones. Y debe tener los recursos del tipo que se requieran, para conocer la situación y actuar en consecuencia.

Sexto: El responsable debe proteger al colaborador de influencias extrañas. Por ejemplo si usted es párroco y ha establecido su proceso de delegación con su responsable de catequesis, no puede venir el vicario parroquial a modificarle el plan al responsable de catequesis. Eso sería una influencia extraña.

El Séptimo punto es la reunión de supervisión del responsable con el colaborador para realizar la evaluación de su actuación.

De esta forma tenemos laicos corresponsables en la pastoral de su parroquia y en otras actividades de la Iglesia, dejándonos de clericalismos estériles.

Doctrina Social de la Iglesia y economía: ¿Cómo abordar hoy las “cosas nuevas”?
Domingo Sugranyes Bickel

Resumen del artículo de arriba añadido: Cuando trata sobre cuestiones económicas, el Magisterio católico pisa un terreno propenso a la controversia. Lo hizo por primera vez en 1891 con Rerum novarum después de una larga preparación en círculos católicos europeos, y obtuvo una notable influencia en la creación de instituciones. Ante los profundos cambios de hoy, ¿puede el Magisterio hablar de economía para todos? ¿Es posible que en la Iglesia se formule hoy un mensaje tan eficaz como el de hace 129 años?

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