Los Santos Visigodos que cambiaron España

SANTOS DE LA ESPAÑA VISIGODA

            1. LOS CATÓLICOS DURANTE LA DOMINACIÓN VISIGODA.

Los godos en España eran arrianos. Sólo con Leovigildo hubo verdadera persecución, y el pueblo mantuvo el catolicismo. Los hispano-romanos veían a los godos como dominadores. Éstos ocupaban los cargos y tenían todos los privilegios, mientras los demás eran ciudadanos de inferior categoría. Fue arduo mantener la fe; pero hubo hombres providenciales que la alentaron hasta la conversión de los godos a la fe católica.

            2. S. MARTÍN DUMIENSE (+ 580) Obispo de Dumio, cerca de Braga, capital de los suevos. Este pueblo germano, siempre en lucha con Roma, en el siglo V arrasa las Galias y llega a España.

Martín nace hacia el 510 en Panonia (hoy Hungría) y marcha a Francia. Va a Tierra Santa y adquiere dos opúsculos: “Las palabras de los ancianos” y “Sentencias de los padres egipcios” en los que se inspira. Por llamada divina llega a Galicia. El 560 convierte al pueblo suevo. Nombrado obispo de Dumio, es el alma del concilio de Braga (561). Crea el monasterio de S. Martín de Tours, el primero de Galicia; luego otros, ya que esos focos de espíritu son medio eficaz de evangelización. Escribe las reglas monásticas inspirado en S. Benito y en los opúsculos citados, pero él fue la regla viva. Se centra en la formación del clero. Asimiló el espíritu de Séneca, como prueban sus obras y cartas, su “Fórmula de la vida honesta”, y su tratado “De ira”. Se entregó al pueblo del campo, imbuido de supersticiones paganas. Escribe “De correctione rusticorum” para enseñar a los campesinos, otros libros morales y ascéticos, y poesías virgilianas.

            3. S. HERMENEGILDO MÁRTIR (+ 585) Leovigildo afianza su reino después de victorias sobre los suevos, francos y bizantinos y de dominar rebeldías con dureza y hasta crueldad. Aunque arriano, envía a sus dos hijos a la escuela sevillana de S. Leandro. Leovigildo se casa en segundas nupcias con Godsuinta, viuda del rey Atanagildo, cuya hija, Gelesuinta, fue muerta por su marido, el rey católico Luilperico de Rouen, lo que encendió a Godsuinta en odio a los católicos.

El rey decide unificar la península con unas mismas leyes y una misma religión arriana. Se enciende la persecución. Un concilio episcopal arriano facilita la apostasía al admitir el bautismo católico. Hubo defecciones, y apostata Vicente, obispo zaragozano. Quienes se resisten sufren espolio, cárceles y torturas. Paladín de la resistencia es Masona, obispo de Mérida, depuesto por Sunna, y le quitan la basílica de Sta. Eulalia; igual sucede con la de Sta. María de Toledo y muchas más. Forzaron a abandonar sus sedes a Leandro, mandado al destierro, y a los demás obispos católicos.

El 579 Hermenegildo desposa a la princesa Ingunde, católica. Godsuinta intenta en vano hacerla arriana con halagos y amenazas. Para evitar tensiones se nombra a Hermenegildo gobernador de Sevilla, y allí abraza la fe católica con el nombre de Juan. Esto une a la Bética en torno al gobernador. Sufre entre la fidelidad a su padre, y la debida a su fe. Le ofrecen ayuda Lusitania, los suevos y francos, y se proclama rey. Leovigildo lanza su ejército, corta el paso a los suevos, soborna al general bizantino que venía de Cartagena, y sitia Sevilla. Hermenegildo se entrega a petición de Recaredo que le ofrece a cambio salvar la vida. Hay un lapso, y reaparece prisionero en Tarragona entre coacciones de apostasía, pero mantiene la fe. En la Pascua rechaza la comunión de manos de un obispo arriano, y es asesinado. Excepto S. Gregorio Magno, los autores coetáneos no tienen una frase en favor del mártir. Casi sin más datos que los de sus detractores, aparece el fiel a la fe. Su sangre dio fruto: El 586, año siguiente a su martirio, Leovigildo en su lecho de muerte llama a S. Leandro y junta la mano del obispo y la de Recaredo: La unidad española será en la fe Católica. Recaredo juró el Catolicismo en el III Concilio de Toledo, el 8 de Mayo de 589.

            4. S. LEANDRO (+ 600) Hacia el 535 nace en Cartagena en familia de abolengo hispano-romano. Sus tres hermanos son santos: Isidoro, Fulgencio, obispo de Écija y Florentina, virgen. Se trasladan a Sevilla por diferencias con los bizantinos. Pronto inició la vida monástica y fue elegido arzobispo de Sevilla. Creó una escuela episcopal para formar a jóvenes en todas las disciplinas de entonces y defender la ortodoxia. A ella acuden los dos hijos del rey Leovigildo. Desterrado por el rey, va a Constantinopla a pedir ayuda. Allí conoce y entabla íntima amistad con un santo monje, luego Papa, S. Gregorio Magno, que por iniciativa de Leandro, escribe “La exposición del libro de Job”. Se conserva la correspondencia de los dos amigos, prueba de su estrecha amistad. Gregorio, ya Papa, eleva a Leandro al arzobispado.

Regresa Leandro a Sevilla al cesar la persecución. Recaredo confiesa la fe católica en el III concilio toledano del que es alma S. Leandro, y ésta fue su gran gloria. Potencia la conversión, realmente sincera, del pueblo visigodo. Organiza la Iglesia, obispados, parroquias y monasterios. Tuvo participación de primer orden en los concilios toledanos siguientes. Se entrega con todo empeño a las labores pastorales, a la penitencia, al estudio y a sus escritos; éstos todos perdidos excepto fragmentos de su discurso en el III concilio de Toledo y una carta a su hermana Florentina sobre la vida de las vírgenes consagradas que influyó en el monaquismo femenino, y se la denomina “La regla de S. Leandro”. Al final aceptó la enfermedad de la gota (igual que su amigo S. Gregorio Magno) como gracia de Dios para expiar sus pecados.

            5. S. ISIDORO (+ 636) Hacia el 556 nace en Sevilla el menor de los cuatro hermanos. Es educado en la escuela-monástica de su hermano en dura disciplina. Domina las tres lenguas hebreo, griego y latín, y entra en el cenobio. Terminada la persecución de Leovigildo, Leandro recorre España organizando la iglesia y evangelizando a los godos con reminiscencias arrianas; por eso queda Isidoro como abad del monasterio, el cual mantiene la rigurosa observancia con exquisita bondad y delicadeza. Es necesario escribir reglas que basa en “la renuncia completa de sí mismo, la estabilidad del monasterio, la pobreza, la oración litúrgica, la lección sagrada y el trabajo” para evitar defectos inveterados en los monjes. Suyo es el aforismo “quidquid monacus acquirit, monasterio acquirit”. El trabajo manual pretende que el monje cumpla la ley divina, consiga el necesario sustento, dé ejemplo de laboriosidad, enseñe al pueblo los métodos eficaces de productividad, y obtenga el cuerpo vigor y agilidad necesarias para la vida espiritual sana.

Insiste en el estudio; después de la iglesia, la biblioteca es lo primero. Intensifica la copia de códices, sobre todo de la Biblia estudiada con detalle, y se esfuerza por unificar su texto latino; escribe el “Libro de los Proemios”, introducción a cada libro sagrado. Estos trabajos se extienden por toda Europa. Gracias a los monjes isidorianos se conserva gran parte de la cultura; servicio imponderable. Isidoro conocía todos los libros de entonces de autores griegos y latinos, especialmente los SS. Padres. Su biblioteca fue la mejor de su tiempo en las ciencias eclesiásticas y profanas. De sus escritos el más famoso es “Las etimologías”, enciclopedia del saber de entonces. Gran historiador con “Historia de los godos, suevos y alanos”, la “Crónica mayor” y el “Libro de los varones ilustres”. No es decible su influjo en la literatura medieval; los investigadores lo sitúan en lugar excepcional en todo el ámbito de la cultura europea.

Sucede a su hermano en la sede sevillana. No cede en oración, penitencia y estudio, sin perjuicio de la práctica de la misericordia y de la predicación como fruto de la oración. El pueblo acude en masa por sus oratorias, y ante todo, por su unción. Se centró en la formación del clero, desviado moralmente; comenzó por depurarlo, y estableció la escuela catedralicia en la que él vivía en comunidad y preparaba a los futuros ministros. Unió su acción pastoral con su amor a la patria, que expresó en sus “Laudes Hispaniae”; potenció la unidad nacional y religiosa. Trabajó eficazmente en el IV concilio toledano el 633 para dotar a España de legislación segura en la estabilidad de sus instituciones y la reorganización de la vida religiosa.

Anciano sigue predicando y distribuyendo limosnas. En abril de 636 presiente su muerte, y se hace trasladar a la basílica de S. Vicente; un sacerdote rasura su cabeza, lo viste de cilicio y lo cubre de ceniza; muere a los tres días. Dante en “La divina comedia” ve en el paraíso “llamear el espíritu ardiente de Isidoro”.

            6. S. BRAULIO DE ZARAGOZA (+ 651) Nace a fines del siglo VI, quizás en Gerona, de familia hispano-romana el más ilustre prelado de la España visigoda, después de S. Isidoro. Conocemos el nombre de su padre, Gregorio, y el de su hermano mayor, Juan, su predecesor en la sede zaragozana; de él recibe la primera formación, y lo llama su “maestro en la vida común, en la piedad y en la doctrina”, y también le enseña las ciencias y las artes como lo prueba su epistolario, sus poesías y sus obras musicales de las que compuso letra y melodía, y fueron incorporadas a la liturgia visigótica. Después va a la escuela Sevillana con S Isidoro gran parte de su juventud. Vuelve a Zaragoza y es nombrado arcediano; S. Isidoro, lo felicita; responde Braulio con todo cariño y el ruego de que le envíe las Etimologías, que escribió el obispo a ruegos del mismo Braulio. El 631 muere Juan, y es elegido Braulio sucesor de su hermano. S. Isidoro le envía las Etimologías y le pide que haga las enmiendas oportunas, prueba del aprecio en que lo tenía.

El último encuentro de ambos fue en el IV Concilio toledano. Al fallecer Isidoro, Braulio recoge la herencia y el prestigio del obispo sevillano, como primera figura de la Iglesia española. Dirige las deliberaciones del V Concilio toledano, y es en el VI donde brilla especialmente. Es elegido por los obispos de España y Francia para responder al Papa Honorio I que lamenta la negligencia de los obispos en defender de la fe. El Papa malinterpretó un canon del Concilio IV sobre conversiones forzadas de judíos. Escribe Braulio con sincera decisión y apostólica libertad junto con respetuosa y filial veneración al Pontífice.

La importancia de S. Braulio perdura hasta su muerte; a él acuden personas ilustres en busca de consejo; también asesora a Chindasvinto y Recesvinto en asuntos importantes de estado. Su afán bibliófilo le llevó a recopilar códices en el “escritorio” que organizó. En su correspondencia brilla exquisita cortesía, delicadeza, caridad, bondad humanismo, y humildad. Encabeza sus cartas con la frase “Braulio, siervo inútil de los santos de Dios”. Mantuvo correspondencia íntima con S. Fructuoso, y su última carta va dirigida a él, en la que muestra conocimiento de su muerte. El elogio fúnebre puede ser la respuesta de Fructuoso, eco del sentir de toda la iglesia visigoda: “Doy gracias incesantes a nuestro Creador y Señor, que en estos tiempos ha hecho que seáis tal y tan gran pontífice que en el mérito de la vida y el don de la doctrina sigáis en todo los ejemplos apostólicos, digno de alcanzar la inefable gloria de la patria suprema…”

            7. S. FRUCTUOSO DEL BIERZO (+ 665) Hay datos seguros de S. Fructuoso: Sus cartas y escritos, los documentos del X concilio de Toledo, y sobre todo, la “Vita Sancti Fructuosi” de S. Valerio del Bierzo, discípulo de Isidoro y Fructuoso. Los monasterios conservados fundados por él y la arqueología nos brindan información. De pura raza visigoda, pariente de un rey godo (quizás Sisenando) y de obispos y magnates. Nació hacia el 600 tal vez en Toledo, ya que su padre, Brico, general y señor de inmensas posesiones, estaba en la corte. Desde niño comienza intensos estudios en todas las disciplinas acostumbradas; su vida y escritos reflejan una formación complexiva y humana. Siempre mantiene afán por la cultura, y los libros le siguen a lomos de mula en sus andanzas como lo principal de su equipaje.

A la pronta muerte de sus padres, inicia la vida retirada. Va a Palencia a la escuela clerical del obispo Conancio. Luego da sus bienes a los pobres y marcha a sus dominios de Compludo en el Bierzo, en la cuenca del Sil, rodeado de murallas rocosas entre precipicios. Allí surge el monasterio de Compludo, de los Santos niños mártires de Alcalá de Henares (el “Complutum” romano). Concede manumisión a los siervos y trabajadores de sus tierras, pero la mayoría decide seguir en la nueva vida a aquél que había sido su señor. Así se da el fenómeno de familias enteras que abrazan la vida monástica. De lugares cercanos y luego lejanos afluyen gentes de todas clases, incluso familias con niños de pecho, atraídas por la fama de Fructuoso. Reyes, y obispos hacen donaciones a Compludo. Su plan de aislamiento lo rompe la Providencia. Arreciaban corrientes de ascetismo y exagerado, con resabios priscilianistas y maniqueos. Fructuoso actúa enérgicamente en contra, y es, sin pretenderlo, el instrumento de Dios para la ortodoxia en dogma, ascética, padre y legislador de multitudes. Al principio no lo entendió; tuvo varios intentos de huida. Compludo está consolidado; ya ha escrito Fructuoso su “Regula monachorum”; ahora nombra un abad, y él se retira. Remonta descalzo la sierra y encuentra las ruinas del Castro Rupiana de las legiones romanas; cerca se instala. La soledad no dura; acuden discípulos, y ha de levantar el cenobio Rufianense de S. Pedro. Vuelve a salir, y erige otro monasterio, S. Félix de Visonia en la sierra de Aguiar. Siguen trece monasterios cuyos nombres sabemos, pero S. Valerio no menciona todos, y hay quienes opinan que fueron más de veinte los establecidos por el Santo en sólo un decenio de su vida. Es toda una siembra de cenobios por Galicia, Portugal, Extremadura hasta Cádiz. Posteriormente, ya arzobispo de Braga, levanta los de Montelios y Turonio.

Hacia el 655 intenta peregrinar a Tierra Santa; pero, al ir a partir, una orden de Recesvinto lo detiene y va preso con toda consideración a Toledo donde queda recluido. El rey quiere la presencia del Santo. Sale del “arresto domiciliario” al ser elegido obispo de Dume. No ocupó la sede, porque el 1 de diciembre de 656 asiste al concilio X de Toledo. Potamio, arzobispo de Braga, declara con admirable humildad haber incurrido en penas canónicas, y su decisión de retirarse en penitencia toda su vida. Los cánones establecían que el clérigo que faltase al celibato, era degradado y sujeto a perpetua penitencia. Potamio vivió santamente y murió en olor de santidad. Fructuoso es elegido arzobispo de Braga con jurisdicción sobre toda Galicia. Acepta afligido. Ya arzobispo, mantuvo su vida ascética y conservó su hábito monacal.

Anunció su próxima muerte con inmensa alegría. Quiso ver terminado Montelios y Turonio. Cuadrillas turnándose día y noche, lo acabaron a tiempo. El último día lo pasó en la catedral, hizo penitencia con cilicio y ceniza, confesó ante todos sus pecados, y recibió el viático entre cantos y salmos del pueblo que llenaba el templo. Al amanecer levantó las manos en oración y expiró. Fue depositado en una modesta arca en el recién terminado monasterio de S. Salvador en Montelios. Riadas acudían al sepulcro donde se efectuaron milagros y curaciones. Dice A. Mundó: “El movimiento de S. Fructuoso constituye el más grande esfuerzo ibérico de vida monástica original y organizada que tuvo lugar en la antigüedad”.

S. Fructuoso escribió dos reglas: la “Regula Monachorum”, y la “Regula Communis” para unificar el régimen de todas las abadías; ambas de tanta importancia que prevalecieron sobre la Regla de S. Isidoro.

Las dificultades que afrontó nos desbordan. Tuvo que establecer la verdadera ascética contra corrientes desviadas y la barbarie y superstición en hombres elementales sin formación y con pasiones incontroladas; organizar multitudes que acudían a los cenobios, ya que se acogía a todos, incluso criminales; someter a disciplina a monjes semibárbaros e impulsarlos a la santidad, etc. Todo esto requería dureza, pedagogía, prudencia, delicadeza, cariño y espiritualidad evangélica. Solucionar los problemas de familias: Los hombres y mujeres tenían edificios totalmente separados, y había guardería a cargo de monjes especializados. Fusión de rigor y moderación: Las pruebas a que sometían a quienes pedían la admisión eran casi heroicas; la dureza de vida hoy parece insoportable: Dormían cinco horas interrumpidas tres veces para orar; siempre descalzos, comían una vez al día, y el impuntual ayunaba, no podían calentarse; se expulsaba inmediatamente a quien tenía algo propio, después de sufrir denuestos… Las represiones y cárceles eran terribles. Con todo, son muchos los rasgos de delicadeza con los arrepentidos, los enfermos, los ancianos y los niños que podían ver a sus padres cuando lo pidieran. Lo fundamental es el amor, la penitencia es sólo un medio (¡pero qué medio!). La tradición monástica exalta el trabajo. Se dedica tiempo al estudio y la formación, y hay monjes empleados en la transcripción de códices; pero el trabajo manual ocupa a la mayoría.

El monasterio se abastecía a sí mismo, por eso había monjes especializados en diversos oficios: canteros, picapedreros, albañiles, herreros, fundidores, carpinteros, curtidores, tejedores… Además, había que hacer molinos, presas y embalses, acequias, puentes, caminos robando terreno a las paredes rocosas, alumbrar pozos, y hasta construir ingeniosas herrerías. Por esto ha recibido Fructuoso el título de “monje ingeniero” que explica su patronazgo de nuestra Congregación Mariana, formada inicialmente por ingenieros del ICAI.

COLOQUIO PARA COMUNIDADES O EQUIPOS:

Señala ejemplos de cualidades de estos santos:

  • A) Fidelidad a Dios, a la Iglesia, a la ortodoxia.
  • B) Dificultades que vencieron y soluciones que dieron a los problemas de su tiempo.
  • C) Su humildad.
  • D) Su oración y penitencia.
  • E) Amor a la Sagrada. Escritura.
  • F) Estudio, y servicio a la cultura.
  • G) Ayuda recibida de Dios.
  • H) Detente en algún Santo especialmente.
  • I) ¿Semejanzas con nuestro mundo?
  • J) Aplicaciones a nuestra vida.

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