Dos virtudes de Jesucristo: Exigencia y Comprensión

Exigencia evangélica


La radicalidad del Evangelio puede parecer excesiva si no se tiene en cuenta un principio fundamental: El Reino que Jesucristo viene a establecer es «el Bien supremo», y por tanto, ocupa objetivamente, y así lo debemos asimilar, el grado supremo de toda jerarquía de valores; no se puede subordinar a ningún otro bien; por eso Jesucristo pide la aceptación y seguimiento radical e incondicional. Sin este principio no es inteligible la exigencia absoluta evangélica.

Algunas frases de especial exigencia.


Lc 16,3, «Nadie puede servir a dos señores (…) No podéis servir a Dios y al dinero».

Lc 13,24, «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición. y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha es la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida; y pocos son los que la encuentran».


Mc 7,21-23, «No todo el que me diga ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?’ Y entonces les declararé: ‘ ¡Jamás os conocí: apartaos de mi. agentes de iniquidad!»


Mt 11,12, «…El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo conquistan».

Mt 12,30. «El que no está conmigo, está contra mi, y el que no recoge conmigo, desparrama»,

Mc 16,16, Como colofón: Dureza de las palabras de Cristo precisamente al final del Evangelio, en el momento de la Ascensión: «El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea se condenará».


La doctrina.

Jesucristo no engaña; el seguimiento evangélico es conflictivo, lleva consigo la aceptación de la cruz, el dolor y la lucha en dos frentes: contra los enemigos externos y contra si mismo y el amor propio, que es seguramente el más duro de los dos combates.


Mt 5: El sermón programático del monte se inicia con la doctrina radicalmente exigente de las Bienaventuranzas. tan opuesta a la mentalidad del auditorio, que les debió de causar verdadero estremecimiento,


Lc 6,20. Lucas subraya la exigencia porque a las Bienaventuranzas añade «las maldiciones».


Mc 8,34-35. El seguimiento de Jesucristo requiere la entrega total sin concesiones ni paliativos, que conlleva la negación de sí mismo y el abrazo con la cruz. «Si alguno quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiere salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará». Nótese el gráfico juego de palabras de «salvar para perder» y «perder para salvar».


Mt.10,27-29.La exigencia llega a limites a los que ningún Iíder ha podido aspirar; es una manera impensable de expresar la absoluta totalidad de la entrega, y cómo la fidelidad a Cristo es el grado sumo de toda jerarquía de valores: »El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mi. El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí…


Mc 10,35-40. Los dos hermanos Zebedeo Ie piden a Jesús sentarse a su izquierda y a su derecha. Él les dice: «No sabéis lo que pedís», y en contrapartida les ofrece «beber su cáliz»; ellos aceptan inconscientemente, Cristo responde en consonancia con la actitud evangélica que siempre mantiene: «El cáliz que yo voy a beber sí lo beberéis (…) pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía concederlo…»


Lc,6,27-33. La nueva mentalidad del Reino exige hasta el amor a los enemigos, gran novedad entonces: «Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odien, bendecid a los que os maldigan, rogad por los que os maltraten. Al que te hiera en una mejilla, preséntale también la otra. Si amáis a los que os aman ¿qué mérito tenéis …» Estas frases debieron de desconcertar al auditorio, y aun ahora…


Jn 15,18-21, Jn 16,1-4. Varias veces durante el sermón de la Cena les asegura el Señor a los Apóstoles que el ser fieles a El y al Evangelio les supondrá ser perseguidos, y que tienen que contar con ello si quieren permanecer en fidelidad: «Os he dicho esto para que cuando llegue la hora os acordéis de que ya os lo había dicho». «Si el inundo os odia, sabed que a mí me ha odiado antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo: pero como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo.» «Os expulsarán de las sinagogas; e incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios».


Mt 10,16.33. Doctrina muy parecida a ésta del sermón de la Cena, les había expuesto Jesucristo a sus discípulos en el «Discurso apostólico» de S. Mateo.


Mt 25,31-46. La sentencia del Juicio tina]. Cristo deja bien claro que su doctrina no se limita de ningún modo a no hacer el mal: son condenados y excluidos del Reino los que no hicieron el bien positivamente.


Las parábolas con que ratifica la misma doctrina.


Mi. J344.46 Parábolas del tesoro y la perla preciosa. Quienes lo encuentran venden todo lo que tienen para comprarlos. Así es menester posponerlo todo para pertenecer al Reino que Jesús ofrece. Le.1415′:4. Los invitados a la cena. Algunas de las excusas que presentan para no asistir, parecen fundadas, como el que dice «me he casado 3.. por eso no puedo ir», Nos hace ver el Señor cómo no hay razón ni motivo suficiente, por importante que pueda ser, que justifique la no respuesta a la llamada del Evangelio.


La actuación.

Mt 13,44-46. Es punto clásico de referencia a este respecto el pasaje del joven rico. Se siente atraído por la persona de Jesús, y después de afirmar que todos los mandamientos los ha cumplido desde su infancia, le hace la pregunta clave: ¿Qué más me falta? La respuesta de Jesús abre unos horizontes insospechados: «Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, luego ven y sígueme». Es mucho lo que le pide Jesús: es infinitamente más lo que le ofrece. Le pide todo para darle TODO. Cristo pide todo lo nuestro para darnos TODO lo suyo. ¿Es Cristo demasiado exigente? Depende de los ojos del corazón con que valoremos lo que Él nos da.


Lc 9-37.42. Tres posibles vocaciones cuyo final no cuenta S. Lucas: Al primero que quiere seguirle Jesús le dice con toda claridad a qué se compromete: ‘Las zorras tienen guaridas. y las aves del cielo nidos: pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». Los otros
dos quieren seguirlo, pero le ponen condiciones: «Déjame primero enterrar a mi padre. Le respondió: Deja que los muertos entierren a sus muertos.» El tercero: «Te seguiré, Señor, pero déjame antes despedirme de los de mi casa. Le dijo Jesús: ‘Nadie que pone la mano al arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios’.


La frase «enterrar a mi padre» no significa que se hubiera muerto; sólo quiere decir: Mi padre es anciano, espera a que muera y yo cumpla sus últimas voluntades; después te seguiré. La objeción del tercero parece muy razonable, y seguramente así lo vio Jesús; pero quiere dejar totalmente claro que la llamada es tan perentoria que no admite condiciones. Seguramente si le hubiera pedido su parecer, Jesús habría accedido, pero el error estuvo en condicionar, al menos aparentemente, el seguimiento de Cristo a la despedida de su familia. Son tres ejemplos que proclaman de manera definitiva la exigencia absoluta que Jesucristo pide.

Comprensión y benignidad


El extremo antagónico de la exigencia es la inmensa comprensión que Jesucristo derrocha con la debilidad humana, porque sabe el barro de que estamos hechos. Lo explica S. Juan casi al comienzo de su Evangelio: Jn 2,25 «No tenía necesidad de que se le informara acerca de los hombres, porque El conocía lo que hay en el hombre». Y esto es lo admirable, que conociendo lo que somos, se nos entregue hasta el extremo de dar su vida por nosotros, derramar su sangre por los pecadores e invitamos a colaborar con Él.

Jesús declara la finalidad de su misión.


Jn 3,17. Jesucristo vive intensamente la razón y el fin de su misión, y así se lo dice a Nicodemo: «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él».


Jn 12,47. Al final de su vida vuelve a repetir la misma idea: «Si alguno oye mis palabras y no las guarda, yo no lo condenaré, porque no he venido a condenar al mundo, sino para salvar al mundo».


Mt 11,28-30. Esta benignidad la proclama Jesucristo a los hombres de todos los tiempos: «Venid a mi todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera».


Jn 10,1-30. Es inmensamente elocuente que cuando Jesucristo hace un retrato de sí mismo, se encarne en la figura humilde de «el Buen Pastor»; y las cualidades que señala son todas de benignidad: «A sus ovejas las llanta una por una (…) Cuando ha sacado a sus ovejas, va delante de ellas, y sus ovejas lo siguen, porque conocen su voz…» «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el Buen Pastor, El Buen Pastor da su vida por las ovejas…» «Conozco a mis ovejas, y las mías me conocen a mí (…) y doy mi vida por las ovejas (…) El Padre me ama porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente…» «Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás…»


En su actuación.

Jn 2,16. En medio de la santa cólera profética con que arroja a los mercaderes del templo para cumplir las Escrituras que lo profetizaban, tiene unas palabras de comprensión y benignidad con los vendedores de palomas, porque eran consideradas como animal especialmente puro: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado».


Lc 8,43-48. En Cafarnaum la hemorroisa comete un acto de atrevimiento, porque padecía flujo de sangre. como tal, era considerada impura y no podía tocar al Profeta. Por eso se limita a rozar la orla de su manto, «y al punzo se le paró el flujo de sangre. Jesús dijo: ‘¿Quién me ha tocado?..» Le responden que las calles son estrechas y le estaban apretando por todas partes. «Pero Jesús dijo: ‘Alguien me ha tocado porque he sentido que una fuerza salía de mi’, Viéndose descubierta la mujer, se acercó temblorosa…» Teme la reprensión de Jesús. Confiesa su culpa, y cuando espera dura reprensión, oye decir al Señor: «Hija. tu fe te ha salvado; vete en paz». Admirable cómo Jesucristo se deja «robar» el milagro en cariñosa correspondencia con la fe de la mujer.


Mc 9,14-27. Baja Jesús del monte de la Transfiguración, se le acerca el padre del endemoniado, y le dice que los discípulos no han logrado sanar a su hijo; luego añade: «Si algo puedes, compadécete de nosotros y ayúdanos». «Si algo puedes» expresa duda, y Jesucristo exige la fe total para hacer el milagro. Por eso le responde: «Si puedes creer, todo es posible para quien cree». El hombre comprende que le falta fe (ha sufrido muchas decepciones) y suplica a Jesús: «Creo, pero ayuda mi poca fe». El Señor condesciende benignamente con la buena voluntad del padre, se conforma con su deseo de tener fe, y realiza el milagro.


Con los discípulos.

La comprensión paciente de Jesucristo con la torpeza de los Apóstoles para asimilar la mentalidad del Reino, requeriría un largo capítulo: Recordemos de pasada la manera de reprenderlos con mansedumbre cada vez que cometen errores: Así cuando quieren Juan y Santiago mandar fuego del ciclo sobre el pueblo samaritano que no los recibe (Lc 9,51-56). Cuando quieren impedir que expulse demonios en nombre de Jesús uno «que no viene con nosotros» (Lc 9,49) Las veces que discuten sobre quién es el más importante (Mc 10,41-45, Mt 20,24-28, Lc 9,46-48 y 22,24-27). Lc 2,28-30. La bondad y comprensión de Cristo con los Apóstoles aparece de manera emocionante durante la Cena cuando les dice: «Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí, para que comáis y bebáis en mi mesa en mi Reino y os sentéis sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.» Dice Jesús que han perseverado con Él sabiendo que dentro de un rato lo abandonarán en Getsemaní.


Jn 14,2-3. Idea parecida, también en la Cena: «… Voy a preparaos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tornaré conmigo, para que donde yo esté estéis también vosotros. «


Jn 20,24-29. Es inesperada la actitud de Jesús con Tomás después de la Resurrección; porque no es la manera habitual de comportarse cuando tropieza con el rechazo y la obstinación. Tomás ha puesto unas condiciones absurdas e impertinentes para creer que Cristo ha resucitado. Jesús se presenta a los ocho días y hace ver a Tomás que conoce sus condiciones; le dice: «Acerca tu dedo y aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Ante la humilde confesión de Tomás que se sigue. la reprensión del Señor, en forma indirecta, es un derroche de benignidad, simplemente alabando la actitud contraria: «‘Porque me has visto has creído. Dichosos los que aun no viendo creen».


Simón Pedro.

Con él especialmente muestra Jesús su comprensión y paciencia, pese a ser merecedor de reprensión por su impetuosidad:


Pedro camina sobre las aguas, pero ante la violencia del viento, comienza a hundirse. Al punto Jesús, tendiendo la mano, asió de él y le dijo: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?» ,Mt 17,24-27 . Los que cobran la didracma (impuesto anual que pagaban los Maestros de Israel) le preguntan a Pedro si Jesús no la paga, y Pedro dice que sí. «Al llegar a casa, se anticipó Jesús a decirle: ‘¿Qué te parece Simón? los reyes de la tierra ¿de quién cobran tasas o tributos, de sus hijos o de los extraños?’. Al contestar él: ‘De los extraños’, le dijo Jesús: ‘Por tanto. los hijos están libres. Sin embargo. para que no los escandalicemos, vete al mar, echa el anzuelo. y el primer pez que salga. tómalo, ábrele la boca y encontrarás un estáter (que equivalía a cuatro dracmas). Tórnalo y dáselo por mi y por ti’.» El reproche que Jesús le hace es un modelo de aclaración pedagógica sin sombra de disgusto; y además afirma el futuro magisterio de Pedro al decirle que pague también por si mismo como maestro. Pedro debió de quedarse atónito (el pobre pescador) por todo el proceso y por la categoría de Maestro a la que Jesús lo elevaba.


Lc 22,31-32. Comprensión y benignidad con el Apóstol, sabiendo que esa noche lo negará tres veces: «Simón. Simón. Mira que satanás ha pedido cribaros como trigo; pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos».


Lc 22,60-62. A pesar de la profecía de Jesús sobre las negaciones, y de la seguridad con que Pedro afirma su fidelidad aun a costa de la vida, niega a Cristo las tres veces. El Señor muestra una vez más su benignidad con el Apóstol obstinado, brindándole pedagógicamente el canto del gallo como eficaz recordatorio; pero hizo algo más, en ese momento preciso «el Señor se volvió y miró a Pedro: Pedro recordó las palabras del Señor (…) Y saliendo fuera rompió a llorar amargamente».


Parábolas.

De las que podríamos considerar que muestran esta comprensión y mansedumbre que Jesús practica y enseña, nos limitaremos a la de la cizaña.


Mt 13,24-30. «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo…» Un enemigo siembra cizaña. Los siervos proponen arrancarla. El amo les contesta: «No, no sea que al recoger la cizaña, arranquéis también el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega…». Es la parábola que explica en parte la paciencia de Dios con los hombres.

Hoja de la reunión de equipo sobre las virtudes de Jesucristo.

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